sábado, 28 de julio de 2012

Matonismo (bullying): una manifestación común del mal en los centros educativos


Cada vez es más frecuente que personas de todas las edades y en todas partes del mundo actúen de forma irracional y violenta. Hoy presenciamos la violencia en todas sus facturas a través de los medios de comunicación masiva y sus efectos, sin excepción, son nefastos para quienes la sufren; pero, también, de una forma u otra, esa violencia a “otras personas”, en otras latitudes y lugares nos daña a todos los seres humanos, porque evidencia que vivimos en sociedades donde las condiciones básicas de la convivencia se desdibujan y los efectos del mal, el sinsentido y la locura nos sumergen en un estado permanente de angustia, inseguridad y miedo.

La última masacre sin sentido en un cine en Denver el pasado 19 de julio, donde se cobraron 12 vidas y resultaron heridas 58 personas, nos pone frente al hecho de que los nuevos estilos de vida deshumanizados, indiferentes al mal, corruptos e individualistas en extremo producen conductas distorsionadas y desencadenan formas de mal capaces de destruir el frágil tejido que soporta la vida en sociedad. Lamentablemente, esta no es la primera vez que ocurre un acto de esa magnitud y absurdo en los Estados Unidos; tampoco es el único país que los ha sufrido. El 22 de julio del 2011 fueron asesinadas 77 personas en Noruega por un único individuo que se autoproclamó líder de un movimiento anti-inmigrantes, radical y xenófobo. 

Ante un panorama donde la razón encuentra sus límites, hemos de reconocer que los centros educativos son lugares frecuentes de atentados de esa naturaleza. Entre los más difundidos a escala mundial están: 
  1. La Escuela Secundaria de Columbine, el 20 de abril de 1999 (EUA) 
  2. El Colegio Islas Malvinas, el 28 de setiembre de 2004 (Argentina) 
  3. La Universidad Virginia Tech en 2007 (EUA) 

Costa Rica no escapa a este flagelo, ya que se registran hechos de violencia que pudieron cobrar más vidas de las que implicaron. En julio del año pasado, en el Colegio Técnico Profesional Ricardo Castro Beer en la ciudad de Orotina, un joven asesinó a un estudiante y se quitó la vida después del crimen. También, en julio de ese año un estudiante cobró la vida de la Directora del Colegio Montebello donde estudiaba. El riesgo de actos de este tipo está latente y la escalada de violencia en los centros educativos continúa ante la impotencia de autoridades, familias y comunidades enteras.

Si bien el análisis de estos casos evidencia que las personas que cometieron estos crímenes estaban mentalmente enfermas, es significativo que algunos de los eventos en centros educativos se asocian al matonismo (bullying), del que suelen ser víctimas estudiantes tímidos, que no encajan en los parámetros de belleza y etnia dominantes, pertenecen a minorías y proceden de familias de ingresos medios o bajos; también, muchos excelentes estudiantes sufren las consecuencias del desprecio y abusos de matones. Niñas, niños y jóvenes son sometidos a humillaciones y vejaciones todos los días al ingresar a sus centros educativos. Los matones y matonas abundan…, se caracterizan por su popularidad “negativa” y actos vandálicos; por su irrespeto a las normas y convenciones y, en particular, por su maldad.

Casualmente, cuatro días antes de la tragedia del pasado 19 de julio en Denver, tuve la oportunidad de visitar una librería que tenía literatura extraordinaria relacionada con la Posmodernidad y encontré un libro de John Kekes (2006), titulado Las raíces del mal, donde se hace un profundo estudio filosófico sobre la naturaleza, manifestaciones y características de la maldad, a través del análisis de actos de malignidad irrefutables, tanto colectivos como individuales. Este filósofo define el mal como todo acto que “implica un daño grave que causa lesión física fatal o duradera, [que es provocado] por seres humanos a otros seres humanos” (p. 17). Otra característica del mal es que no tiene excusa moralmente aceptable, desde una ética básica fundamentada en la noción del bien común y el respecto por la vida humana.

Todo acto que ponga en riesgo el bienestar humano, tanto individual como colectivo, entraría en la noción de maldad… Si nos apegamos a la definición de Kekes (2006) que es simple, pero esclarecedora de las características del mal, tenemos un parámetro para valorar actuaciones concretas en la vida real. Visto así, también comprendemos que nadie escapa a la experiencia de la maldad y que de una forma u otra nos enfrentamos con personas malas todos los días. Las personas malas tampoco son pocas… abundan y se esconden en la impunidad que perversamente les conceden la riqueza, la fuerza, el poder, la indiferencia y la corrupción.

Ante sociedades permisivas e, incluso, proclives a sacar lo peor de la naturaleza humana en la vida cotidiana, la familia y las comunidades, sólo tenemos dos opciones si no queremos convertirnos en personas malas o en cómplices del mal: ser víctimas o luchar contra la maldad. Desde esta perspectiva, en los centros educativos no debería darse ninguna tolerancia al matonismo y habría que desarrollar mecanismos efectivos y eficientes para romper el silencio de las víctimas y el espacio de impunidad de los matones y matonas que se jactan de su maldad sin consecuencias…  

Muchos niños, niñas y jóvenes víctimas de matonismo logran salir adelante gracias a la resiliencia; pero otros, unos pocos, entran en desesperación y la humillación les lleva a niveles de violencia tan dramáticos o más que el de sus agresores y deciden tomar venganza. Ante su deseo de desquite planean cómo acabar con su miseria aliándose al mal: destruyen a quienes les dañaron desde las reglas del juego de la maldad y la locura.

Quizá no sea tarde para convertir los centros educativos en lugares seguros, respetuosos de las personas y en salvaguardas del bien común. Ojalá no sólo se pudiera evitar el matonismo en las escuelas, colegios y universidades, sino que se creara conciencia sobre su carácter maligno e inadmisible en los hogares, los barrios, los centros de trabajo y las relaciones personales más íntimas. ¿Qué les parece?

Referencias bibliográficas

Kekes, J. (2006). Las raíces del mal. Buenos Aires: El Ateneo.



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