miércoles, 7 de mayo de 2008

¿Por qué es tan difícil innovar en educación?

Como les mencioné en el artículo anterior, la innovación en educación tiene requerimientos y uno de ellos es una clara fundamentación teórica. Recuerdo una frase de un compañero de Filosofía con quien trabajé en la Sede del Atlántico de la Universidad de Costa Rica, que siempre les decía a los estudiantes: “No hay nada más práctico que una buena teoría”. El Dr. Bernal Herrera trataba de explicar al estudiantado que es imposible tener “buenas prácticas” a lo largo del tiempo, sin un sólido bagaje teórico que las soporte.

Para Niklas Luhmann (1996), uno de los indicadores de que un área del conocimiento aún no alcanza el nivel de “ciencia” es que su discurso se articule a partir de nociones de “deber ser”, sin dar cuenta del “ser”. Ello explica por qué a lo largo de la historia de la educación moderna palabras como: “… espontaneidad, libertad, praxis [y] formación humana” (Luhmann, 1996, p. 65), subsanaron el déficit teórico inicial de la educación desde el siglo XVIII, y que todavía hoy se utilicen con frecuencia para dar cuenta de la enseñanza y del aprendizaje. El déficit teórico conlleva inevitablemente insuficiencias en la práctica, porque conforme se complejiza y diversifica deja al descubierto inconsistencias, limitaciones y “malas prácticas”.

Si bien la fundamentación idealista y normativa del discurso pedagógico reemplazó a la teoría científica desde muy temprano en la historia de la educación en la Modernidad, ese no es un problema exclusivo de la Educación porque todas las disciplinas, sin excepción, han tenido un pasado “pre-científico”. El problema de fondo es que esa condición se debe superar conforme el conocimiento avanza, en particular cuando el discurso idealista y normativo reduce en forma significativa su capacidad para substituir a la teoría y, en consecuencia, para legitimar la práctica. La mala noticia es que el soporte normativo e idealista de la práctica educativa tocó fondo…, la buena es que esa realidad, paradójicamente, abre nuevos escenarios para el desarrollo y consolidación de un marco explicativo científico para la educación.

Aún en nuestros días la búsqueda de un basamento teórico para la educación encuentra detractores y no siempre se ve con “buenos ojos” a quienes cuestionan el eufemístico y florido lenguaje de los “viejos tiempos” y proponen derroteros más firmes para orientar la toma de decisiones en el campo de la enseñanza, el aprendizaje escolar y la gestión de las instituciones educativas. La educación enfrenta en la actualidad ese déficit, razón por la cual “… para una organización sin tecnología apenas es posible controlar los procesos de decisión que se desarrollan de facto sentando premisas de decisión (lo que al mismo tiempo contribuye a explicar el aspecto arbitrario, sobre el que a menudo se llama la atención, de los requisitos burocráticos)” (Luhmann, 1996, p. 69). La sobre-administración de los sistemas educativos contemporáneos es otra evidencia de la crisis del modelo idealista y normativo de la educación, que se hace patente en el excesivo empleo de la legislación para la resolución de problemas organizativos y educativos. Como bien sabemos, esa es una “mala práctica” extendida en nuestro país.

Verán que hemos utilizado dos palabras poco gratas en el ámbito social en general y en el de la Educación en particular: ciencia y tecnología. Por ciencia entendemos un conjunto coherente de conocimientos referentes a hechos, objetos o fenómenos. En ciencias sociales tales conocimientos se construyen con base en la clasificación y sistematización de conjeturas razonadas “… que hacen creíble un consenso aceptado por una comunidad de intelectuales” (Rodríguez, 2002, p. 439). En términos generales, la tecnología es la aplicación del conocimiento científico para la resolución de problemas o enigmas, ya sean teóricos o prácticos.

Con base en la argumentación que seguimos hasta ahora, nos adscribimos a la tesis de que la educación requiere de una fundamentación teórica para orientar la práctica de la enseñanza y favorecer el aprendizaje escolar. Siguiendo a Luhmann (1996), la pregunta que se debe responder con bases científicas en nuestros días es: ¿Cómo es posible la educación (especialmente en las aulas)?

Gracias a los aportes de la Psicología en el siglo XX se desarrollaron teorías capaces de explicar de manera científica cómo aprende el ser humano y gracias a ellas hoy sabemos con certeza que nuestra especie no requirió de “escuelas” para evolucionar y alcanzar el nivel de conocimiento que desencadenó la Revolución Industrial. Desde su nacimiento como institución propia de la Modernidad, el reto de la educación ha sido crear condiciones que favorezcan y potencien de manera intencionada e interesada la capacidad innata y social de aprender del ser humano. Gracias a la invención de la educación, en sólo 300 años la humanidad precipitó de manera extraordinaria y sin precedentes la producción de conocimiento, ciencia y tecnología. El paso de la Era Moderna a la Posmoderna fue posible debido al aceleramiento en la producción y aplicación del conocimiento científico, que no se hubiese dado sin la creación de centros de enseñanza donde encauzar las experiencias de aprendizaje hacia el desarrollo de contenidos, competencias y actitudes socialmente relevantes.

Otro de los inconvenientes de la falta de solidez teórica es la polisemia del lenguaje que caracteriza a las ciencias sociales. Para el caso de la Educación, ello ocurre con un concepto clave como el de “innovación”. Pese a la cantidad y diversidad de definiciones que se pueden encontrar de ella en tratados, libros de texto, diccionarios y en la Internet, esa noción remite, sin excepción, al “cambio” y la “mejora”. De hecho, en general se considera “innovación” sólo aquello que contribuye al avance en la solución de problemas o enigmas. En el campo de la educación la innovación involucra, por lo tanto, cambios que inducen mejoras en “… las conductas, en los pensamientos y planteamientos pedagógicos, en los procesos y la organización, en las metodologías, en las técnicas y recursos, en las normativas y legislación, etc.” (Cebrián, 2003, p. 21).

Como consecuencia del déficit teórico-tecnológico en Educación “innovar” no es tan fácil y tampoco hay criterios claros para identificar la “innovación” en el contexto “tradicional” de la educación. A falta de ello, se ha popularizado el término “buenas prácticas”, que lo dice todo, pero explica muy poco o nada…, con el agravante de que se asume que ellas constituyen “soluciones ejemplares” para los problemas que en principio resuelven.

Ese enfoque de las “buenas prácticas” tiene el sesgo de una pretensión propia de la ciencia instrumental moderna, cuya meta es “predecir” y “controlar” la realidad, a partir del “descubrimiento” de “soluciones ejemplares”. Con lo mucho o poco que se sabe hoy en ciencias sociales es un hecho que no hay “soluciones ejemplares”, porque la realidad humana es compleja y ocurre en un contexto histórico y social determinado, en el cual intervienen sujetos únicos e irrepetibles. Eso explica por qué las llamadas “buenas prácticas” funcionan unas veces y otras no… Lo interesante de las “buenas prácticas” no es repetirlas, sino analizarlas para encontrar los factores que las llevaron a ser exitosas. Descubrir cuáles son esos factores es lo realmente útil, porque permite identificar elementos asociados al éxito y al fracaso en la solución de problemas concretos, lo que favorece la comprensión de los problemas como tales y nos facultaría para una intervención sobre la realidad de la educación con más probabilidades de logro que la del tipo “ensayo-error”.

Si se sale de la lógica del “ensayo-error” que ha caracterizado hasta ahora la práctica de la enseñanza y se reemplaza por un abordaje científico, no sólo vamos a distinguir entre “buenas prácticas” e “innovación”, sino que podremos desarrollar recursos teóricos y prácticos más efectivos para orientar la enseñanza y favorecer el aprendizaje escolar.

Para terminar, me gustaría proponerles a quienes ejercen la docencia y administran instituciones educativas que hagan una prueba. Primero, desarrollen el ejercicio a solas y luego hagan la prueba con sus colegas. Tomen una hoja y escriban su propia concepción de: enseñanza, aprendizaje y currículo. Guárdenlo y pídanle al menos a cinco colegas que hagan lo mismo (si pudieran hacerlo con más personas sería mejor). Recojan los resultados y compárenlos… Me gustaría saber qué encontraron y qué opinan al respecto.

Espero que compartan con nosotros sus resultados.

Bibliografía

Cebrián, M. (2003). Enseñanza virtual para la innovación universitaria. Madrid: Narcea.

Luhmann, N. (1996). Teoría de la sociedad y pedagogía. Barcelona: Paidós.

Rodríguez, M. [Comp.]. Didáctica general. Qué y cómo enseñar en la sociedad de la información. Madrid: Biblioteca Nueva
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