Como les mencioné en el artículo anterior, la innovación en educación tiene requerimientos y uno de ellos es una clara fundamentación teórica. Recuerdo una frase de un compañero de Filosofía con quien trabajé en la Sede del Atlántico de la Universidad de Costa Rica, que siempre les decía a los estudiantes: “No hay nada más práctico que una buena teoría”. El Dr. Bernal Herrera trataba de explicar al estudiantado que es imposible tener “buenas prácticas” a lo largo del tiempo, sin un sólido bagaje teórico que las soporte.
Para Niklas Luhmann (1996), uno de los indicadores de que un área del conocimiento aún no alcanza el nivel de “ciencia” es que su discurso se articule a partir de nociones de “deber ser”, sin dar cuenta del “ser”. Ello explica por qué a lo largo de la historia de la educación moderna palabras como: “… espontaneidad, libertad, praxis [y] formación humana” (Luhmann, 1996, p. 65), subsanaron el déficit teórico inicial de la educación desde el siglo XVIII, y que todavía hoy se utilicen con frecuencia para dar cuenta de la enseñanza y del aprendizaje. El déficit teórico conlleva inevitablemente insuficiencias en la práctica, porque conforme se complejiza y diversifica deja al descubierto inconsistencias, limitaciones y “malas prácticas”.
Si bien la fundamentación idealista y normativa del discurso pedagógico reemplazó a la teoría científica desde muy temprano en la historia de la educación en la Modernidad, ese no es un problema exclusivo de la Educación porque todas las disciplinas, sin excepción, han tenido un pasado “pre-científico”. El problema de fondo es que esa condición se debe superar conforme el conocimiento avanza, en particular cuando el discurso idealista y normativo reduce en forma significativa su capacidad para substituir a la teoría y, en consecuencia, para legitimar la práctica. La mala noticia es que el soporte normativo e idealista de la práctica educativa tocó fondo…, la buena es que esa realidad, paradójicamente, abre nuevos escenarios para el desarrollo y consolidación de un marco explicativo científico para la educación.
Aún en nuestros días la búsqueda de un basamento teórico para la educación encuentra detractores y no siempre se ve con “buenos ojos” a quienes cuestionan el eufemístico y florido lenguaje de los “viejos tiempos” y proponen derroteros más firmes para orientar la toma de decisiones en el campo de la enseñanza, el aprendizaje escolar y la gestión de las instituciones educativas. La educación enfrenta en la actualidad ese déficit, razón por la cual “… para una organización sin tecnología apenas es posible controlar los procesos de decisión que se desarrollan de facto sentando premisas de decisión (lo que al mismo tiempo contribuye a explicar el aspecto arbitrario, sobre el que a menudo se llama la atención, de los requisitos burocráticos)” (Luhmann, 1996, p. 69). La sobre-administración de los sistemas educativos contemporáneos es otra evidencia de la crisis del modelo idealista y normativo de la educación, que se hace patente en el excesivo empleo de la legislación para la resolución de problemas organizativos y educativos. Como bien sabemos, esa es una “mala práctica” extendida en nuestro país.
Verán que hemos utilizado dos palabras poco gratas en el ámbito social en general y en el de la Educación en particular: ciencia y tecnología. Por ciencia entendemos un conjunto coherente de conocimientos referentes a hechos, objetos o fenómenos. En ciencias sociales tales conocimientos se construyen con base en la clasificación y sistematización de conjeturas razonadas “… que hacen creíble un consenso aceptado por una comunidad de intelectuales” (Rodríguez, 2002, p. 439). En términos generales, la tecnología es la aplicación del conocimiento científico para la resolución de problemas o enigmas, ya sean teóricos o prácticos.
Con base en la argumentación que seguimos hasta ahora, nos adscribimos a la tesis de que la educación requiere de una fundamentación teórica para orientar la práctica de la enseñanza y favorecer el aprendizaje escolar. Siguiendo a Luhmann (1996), la pregunta que se debe responder con bases científicas en nuestros días es: ¿Cómo es posible la educación (especialmente en las aulas)?
Gracias a los aportes de la Psicología en el siglo XX se desarrollaron teorías capaces de explicar de manera científica cómo aprende el ser humano y gracias a ellas hoy sabemos con certeza que nuestra especie no requirió de “escuelas” para evolucionar y alcanzar el nivel de conocimiento que desencadenó la Revolución Industrial. Desde su nacimiento como institución propia de la Modernidad, el reto de la educación ha sido crear condiciones que favorezcan y potencien de manera intencionada e interesada la capacidad innata y social de aprender del ser humano. Gracias a la invención de la educación, en sólo 300 años la humanidad precipitó de manera extraordinaria y sin precedentes la producción de conocimiento, ciencia y tecnología. El paso de la Era Moderna a la Posmoderna fue posible debido al aceleramiento en la producción y aplicación del conocimiento científico, que no se hubiese dado sin la creación de centros de enseñanza donde encauzar las experiencias de aprendizaje hacia el desarrollo de contenidos, competencias y actitudes socialmente relevantes.
Otro de los inconvenientes de la falta de solidez teórica es la polisemia del lenguaje que caracteriza a las ciencias sociales. Para el caso de la Educación, ello ocurre con un concepto clave como el de “innovación”. Pese a la cantidad y diversidad de definiciones que se pueden encontrar de ella en tratados, libros de texto, diccionarios y en la Internet, esa noción remite, sin excepción, al “cambio” y la “mejora”. De hecho, en general se considera “innovación” sólo aquello que contribuye al avance en la solución de problemas o enigmas. En el campo de la educación la innovación involucra, por lo tanto, cambios que inducen mejoras en “… las conductas, en los pensamientos y planteamientos pedagógicos, en los procesos y la organización, en las metodologías, en las técnicas y recursos, en las normativas y legislación, etc.” (Cebrián, 2003, p. 21).
Como consecuencia del déficit teórico-tecnológico en Educación “innovar” no es tan fácil y tampoco hay criterios claros para identificar la “innovación” en el contexto “tradicional” de la educación. A falta de ello, se ha popularizado el término “buenas prácticas”, que lo dice todo, pero explica muy poco o nada…, con el agravante de que se asume que ellas constituyen “soluciones ejemplares” para los problemas que en principio resuelven.
Ese enfoque de las “buenas prácticas” tiene el sesgo de una pretensión propia de la ciencia instrumental moderna, cuya meta es “predecir” y “controlar” la realidad, a partir del “descubrimiento” de “soluciones ejemplares”. Con lo mucho o poco que se sabe hoy en ciencias sociales es un hecho que no hay “soluciones ejemplares”, porque la realidad humana es compleja y ocurre en un contexto histórico y social determinado, en el cual intervienen sujetos únicos e irrepetibles. Eso explica por qué las llamadas “buenas prácticas” funcionan unas veces y otras no… Lo interesante de las “buenas prácticas” no es repetirlas, sino analizarlas para encontrar los factores que las llevaron a ser exitosas. Descubrir cuáles son esos factores es lo realmente útil, porque permite identificar elementos asociados al éxito y al fracaso en la solución de problemas concretos, lo que favorece la comprensión de los problemas como tales y nos facultaría para una intervención sobre la realidad de la educación con más probabilidades de logro que la del tipo “ensayo-error”.
Si se sale de la lógica del “ensayo-error” que ha caracterizado hasta ahora la práctica de la enseñanza y se reemplaza por un abordaje científico, no sólo vamos a distinguir entre “buenas prácticas” e “innovación”, sino que podremos desarrollar recursos teóricos y prácticos más efectivos para orientar la enseñanza y favorecer el aprendizaje escolar.
Para terminar, me gustaría proponerles a quienes ejercen la docencia y administran instituciones educativas que hagan una prueba. Primero, desarrollen el ejercicio a solas y luego hagan la prueba con sus colegas. Tomen una hoja y escriban su propia concepción de: enseñanza, aprendizaje y currículo. Guárdenlo y pídanle al menos a cinco colegas que hagan lo mismo (si pudieran hacerlo con más personas sería mejor). Recojan los resultados y compárenlos… Me gustaría saber qué encontraron y qué opinan al respecto.
Espero que compartan con nosotros sus resultados.
Bibliografía
Cebrián, M. (2003). Enseñanza virtual para la innovación universitaria. Madrid: Narcea.
Luhmann, N. (1996). Teoría de la sociedad y pedagogía. Barcelona: Paidós.
Rodríguez, M. [Comp.]. Didáctica general. Qué y cómo enseñar en la sociedad de la información. Madrid: Biblioteca Nueva.
Para Niklas Luhmann (1996), uno de los indicadores de que un área del conocimiento aún no alcanza el nivel de “ciencia” es que su discurso se articule a partir de nociones de “deber ser”, sin dar cuenta del “ser”. Ello explica por qué a lo largo de la historia de la educación moderna palabras como: “… espontaneidad, libertad, praxis [y] formación humana” (Luhmann, 1996, p. 65), subsanaron el déficit teórico inicial de la educación desde el siglo XVIII, y que todavía hoy se utilicen con frecuencia para dar cuenta de la enseñanza y del aprendizaje. El déficit teórico conlleva inevitablemente insuficiencias en la práctica, porque conforme se complejiza y diversifica deja al descubierto inconsistencias, limitaciones y “malas prácticas”.
Si bien la fundamentación idealista y normativa del discurso pedagógico reemplazó a la teoría científica desde muy temprano en la historia de la educación en la Modernidad, ese no es un problema exclusivo de la Educación porque todas las disciplinas, sin excepción, han tenido un pasado “pre-científico”. El problema de fondo es que esa condición se debe superar conforme el conocimiento avanza, en particular cuando el discurso idealista y normativo reduce en forma significativa su capacidad para substituir a la teoría y, en consecuencia, para legitimar la práctica. La mala noticia es que el soporte normativo e idealista de la práctica educativa tocó fondo…, la buena es que esa realidad, paradójicamente, abre nuevos escenarios para el desarrollo y consolidación de un marco explicativo científico para la educación.
Aún en nuestros días la búsqueda de un basamento teórico para la educación encuentra detractores y no siempre se ve con “buenos ojos” a quienes cuestionan el eufemístico y florido lenguaje de los “viejos tiempos” y proponen derroteros más firmes para orientar la toma de decisiones en el campo de la enseñanza, el aprendizaje escolar y la gestión de las instituciones educativas. La educación enfrenta en la actualidad ese déficit, razón por la cual “… para una organización sin tecnología apenas es posible controlar los procesos de decisión que se desarrollan de facto sentando premisas de decisión (lo que al mismo tiempo contribuye a explicar el aspecto arbitrario, sobre el que a menudo se llama la atención, de los requisitos burocráticos)” (Luhmann, 1996, p. 69). La sobre-administración de los sistemas educativos contemporáneos es otra evidencia de la crisis del modelo idealista y normativo de la educación, que se hace patente en el excesivo empleo de la legislación para la resolución de problemas organizativos y educativos. Como bien sabemos, esa es una “mala práctica” extendida en nuestro país.
Verán que hemos utilizado dos palabras poco gratas en el ámbito social en general y en el de la Educación en particular: ciencia y tecnología. Por ciencia entendemos un conjunto coherente de conocimientos referentes a hechos, objetos o fenómenos. En ciencias sociales tales conocimientos se construyen con base en la clasificación y sistematización de conjeturas razonadas “… que hacen creíble un consenso aceptado por una comunidad de intelectuales” (Rodríguez, 2002, p. 439). En términos generales, la tecnología es la aplicación del conocimiento científico para la resolución de problemas o enigmas, ya sean teóricos o prácticos.
Con base en la argumentación que seguimos hasta ahora, nos adscribimos a la tesis de que la educación requiere de una fundamentación teórica para orientar la práctica de la enseñanza y favorecer el aprendizaje escolar. Siguiendo a Luhmann (1996), la pregunta que se debe responder con bases científicas en nuestros días es: ¿Cómo es posible la educación (especialmente en las aulas)?
Gracias a los aportes de la Psicología en el siglo XX se desarrollaron teorías capaces de explicar de manera científica cómo aprende el ser humano y gracias a ellas hoy sabemos con certeza que nuestra especie no requirió de “escuelas” para evolucionar y alcanzar el nivel de conocimiento que desencadenó la Revolución Industrial. Desde su nacimiento como institución propia de la Modernidad, el reto de la educación ha sido crear condiciones que favorezcan y potencien de manera intencionada e interesada la capacidad innata y social de aprender del ser humano. Gracias a la invención de la educación, en sólo 300 años la humanidad precipitó de manera extraordinaria y sin precedentes la producción de conocimiento, ciencia y tecnología. El paso de la Era Moderna a la Posmoderna fue posible debido al aceleramiento en la producción y aplicación del conocimiento científico, que no se hubiese dado sin la creación de centros de enseñanza donde encauzar las experiencias de aprendizaje hacia el desarrollo de contenidos, competencias y actitudes socialmente relevantes.
Otro de los inconvenientes de la falta de solidez teórica es la polisemia del lenguaje que caracteriza a las ciencias sociales. Para el caso de la Educación, ello ocurre con un concepto clave como el de “innovación”. Pese a la cantidad y diversidad de definiciones que se pueden encontrar de ella en tratados, libros de texto, diccionarios y en la Internet, esa noción remite, sin excepción, al “cambio” y la “mejora”. De hecho, en general se considera “innovación” sólo aquello que contribuye al avance en la solución de problemas o enigmas. En el campo de la educación la innovación involucra, por lo tanto, cambios que inducen mejoras en “… las conductas, en los pensamientos y planteamientos pedagógicos, en los procesos y la organización, en las metodologías, en las técnicas y recursos, en las normativas y legislación, etc.” (Cebrián, 2003, p. 21).
Como consecuencia del déficit teórico-tecnológico en Educación “innovar” no es tan fácil y tampoco hay criterios claros para identificar la “innovación” en el contexto “tradicional” de la educación. A falta de ello, se ha popularizado el término “buenas prácticas”, que lo dice todo, pero explica muy poco o nada…, con el agravante de que se asume que ellas constituyen “soluciones ejemplares” para los problemas que en principio resuelven.
Ese enfoque de las “buenas prácticas” tiene el sesgo de una pretensión propia de la ciencia instrumental moderna, cuya meta es “predecir” y “controlar” la realidad, a partir del “descubrimiento” de “soluciones ejemplares”. Con lo mucho o poco que se sabe hoy en ciencias sociales es un hecho que no hay “soluciones ejemplares”, porque la realidad humana es compleja y ocurre en un contexto histórico y social determinado, en el cual intervienen sujetos únicos e irrepetibles. Eso explica por qué las llamadas “buenas prácticas” funcionan unas veces y otras no… Lo interesante de las “buenas prácticas” no es repetirlas, sino analizarlas para encontrar los factores que las llevaron a ser exitosas. Descubrir cuáles son esos factores es lo realmente útil, porque permite identificar elementos asociados al éxito y al fracaso en la solución de problemas concretos, lo que favorece la comprensión de los problemas como tales y nos facultaría para una intervención sobre la realidad de la educación con más probabilidades de logro que la del tipo “ensayo-error”.
Si se sale de la lógica del “ensayo-error” que ha caracterizado hasta ahora la práctica de la enseñanza y se reemplaza por un abordaje científico, no sólo vamos a distinguir entre “buenas prácticas” e “innovación”, sino que podremos desarrollar recursos teóricos y prácticos más efectivos para orientar la enseñanza y favorecer el aprendizaje escolar.
Para terminar, me gustaría proponerles a quienes ejercen la docencia y administran instituciones educativas que hagan una prueba. Primero, desarrollen el ejercicio a solas y luego hagan la prueba con sus colegas. Tomen una hoja y escriban su propia concepción de: enseñanza, aprendizaje y currículo. Guárdenlo y pídanle al menos a cinco colegas que hagan lo mismo (si pudieran hacerlo con más personas sería mejor). Recojan los resultados y compárenlos… Me gustaría saber qué encontraron y qué opinan al respecto.
Espero que compartan con nosotros sus resultados.
Bibliografía
Cebrián, M. (2003). Enseñanza virtual para la innovación universitaria. Madrid: Narcea.
Luhmann, N. (1996). Teoría de la sociedad y pedagogía. Barcelona: Paidós.
Rodríguez, M. [Comp.]. Didáctica general. Qué y cómo enseñar en la sociedad de la información. Madrid: Biblioteca Nueva.
Profesora Flora Salaz, primero un cordial saludo de Alexander López Campos, de Puntarenas.
ResponderEliminarMe parece muy oportuno este artículo pues hace referencia a "las buenas prácticas" que realizan docentes para lograr que sus discípulos interioricen nuevos conceptos, con ello se logra crear aprendizajes significativos que perduran en la memoria de estos. Dichas "buenas prácticas" se denominaron en el Ministerio de Educación Pública de Costa Rica como innovaciones educativas, para lo cual se organizaban concursos de innovaciones en los diferentes niveles: institucional, circuital, regional y hasta el año anterior nacional. En ellas los educadores exponían la técnica que utilizaron y que "funcionó" para crear un conocimiento significativo en el discente. No obstante, ¿Cómo se prueba que fue efectiva esa "buena costumbre"?, ¿En qué medida funcionará en otros entornos educativos? y ¿Cómo justificar su uso y no el de otra técnica?, al no tener respuesta a estas interrogantes. Se está en presencia de la etapa pre-científica.
Sin embargo, ya hay iniciativas en el MEP para evolucionar en el campo de las innovaciones educativas, pues se ha dado un nuevo formato para su presentación y desarrollo. Este es más amplio pues debe implementarse el método científico para su consecución, mantiene un formato, similar al de una tesis.
Pero, estas innovaciones deben ir orientadas a impactar en el proceso de enseñanza-aprendizaje no solamente en un grupo de clase, sino en una comunidad, circuito escolar, región educativa o nación, es decir, debe trascender las aulas y causar un impacto en la organización educativa o en su entorno mediático. He ahí un desafío para los administradores educativos de nuestro país, sean estos Directores, Supervisores, Directores Regionales o Ministro de Educación.
Próximamente le escribiré las conclusiones que extraeré del ejercicio que propone.
Estimado Alexander:
ResponderEliminarEstimado Alexander, es un placer saludarlo por este medio, luego de la experiencia que tuvimos en la Sede de Puntarenas de la Universidad de Costa Rica, en los cursos de Bachillerato en Administración Educativa. Espero que actualmente sus estudios de Licenciatura en Administración Educativa también sean útiles y de provecho en su desarrollo personal y profesional.
En relación con su comentario, me complace saber que en el Ministerio de Educación Pública se estén tomando las previsiones para evitar el "activismo" y las prácticas empíricas para innovar la educación costarricense.
Como recordará, en el curso de Epistemología de la Educación ahondamos en los problemas propios de la producción de conocimiento científico en Educación en general y en Administración Educativa en particular.
Coincido con usted en su tesis de que uno de los retos de quienes administran las instituciones educativas en nuestro país es desarrollar una cultura de trabajo científico y sistemático, que sólo se logra con una consistente práctica profesional, basada en la investigación y el desarrollo de conocimiento que favorezca el diseño de tecnologías de gestión y de docencia y, en consecuencia, que contribuya al mejoramiento continuo y la calidad de la enseñanza y el aprendizaje de nuestros niñas, niños y jóvenes.
Innovar es un compromiso con la excelencia y la calidad, por ello se deben tomar todas las previsiones teóricas y metodológicas del caso, a fin de que realmente constituya un aporte al desarrollo de procesos educativos de provada efectividad y eficacia.
Espero sus conclusiones y saludos a sus compañeras y compañeros en Puntarenas.
Estimada Profesora:
ResponderEliminarSoy etudiante de educación de la Universidad de las Ciencia y el Arte de Costa Rica; yo no he logrado aún ejercer mi carrera por multiples razones, pero soy madre y se desde esta perspectiva y desde el punto que el conocimiento adquirido me ha proporcionado lo siguiente:
Innovar en Educación no solo tiene un déficit teórico, tiene un déficit motivacional, hoy en día existen muchísimos educadores del siglo XX dando instrucción a niños y jovenes del siglo XXI, por esta razón pienso yo, que las políticas nuevas y las nuevas teorías se hacen muy difíciles de poner en práctica. Una vez hace un tiempo escuché la historia de un maestro rural que durante veinte años dío lecciones a sus estudiantes usando el mismo cuaderno que el escribió cuando él era el estudiante, ¿Cree usted que este maestro este interesado en innovar?. El problema que enfrentamos no solo es teorico -práctico, es la falta de Vocación.
Este es solo un comentario personal de una estudiante y madre que ve como muchos son maestros solo po una paga y no por que aprecien lo que hacen.