lunes, 16 de mayo de 2011

Educación “tóxica” y “gente tóxica”

Si uno se topa con gente buena, debe tratar de imitarla, y si uno se topa con gente mala, debe examinarse a sí mismo. Confusio


Sabemos que existen relaciones complejas entre las emociones, el aprendizaje y la creatividad, gracias a los avances y hallazgos recientes sobre la estructura y el funcionamiento del cerebro humano (Punete, 1998). Debido a la vinculación entre emociones y pensamiento, se descubrió que existen personas incapaces de conectar sus emociones con sus procesos de pensamiento; es decir, que sufren de una “indiferencia emocional” que les impide razonar y valorar sus decisiones y actuaciones con base en la huella afectiva que, normalmente, se inscribe en nuestra memoria a través de la experiencia. La insuficiencia emocional en el pensamiento y la toma de decisiones convierte a esas personas en “tóxicas”, quienes, a su vez, tienen una alta proclividad a sufrir trastorno de personalidad antisocial (TPA) o sociopatía.

La gente tóxica se caracteriza por su indiferencia ante las emociones y necesidades de los demás, y por una necesidad enfermiza de éxito, gratificación inmediata y reconocimiento social. Son narcisistas típicos, creen que siempre tienen la razón y experimentan profundos sentimientos de rivalidad, competitividad, envidia y resentimiento por quienes consideran que amenazan sus intereses o se les oponen. Debido a su tendencia egocéntrica causan daño, perjuicio y dolor de manera innecesaria a quienes les rodean. El comportamiento sociopático tiene como principal objetivo el propio placer y el auto regodeo por depredar, dañar y utilizar para beneficio propio a los demás (Jáuregui, 2008). Como resultado de la indiferencia por otras personas, la gente “tóxica” suele banalizar el mal y subestima el daño que provoca a los demás. 

También, hay organizaciones y contextos tóxicos donde personas como las descritas encuentran un nicho ideal para satisfacer sus deseos distorsionados y sus oscuras intenciones. Son organizaciones anómicas, donde la indiferencia y la complicidad permiten que se cause daño y se perjudique a otros, so pretexto de buenas intenciones y loables propósitos. Esto suele ocurrir al amparo de la cultura, la manipulación de la ley, y la dinámica de las organizaciones tóxicas, donde el espacio de impunidad, prácticamente, es infinito… 

Si creen que exagero, revisen las dependencias gubernamentales y privadas que conocen… encontrarán que en muchas de ellas un enorme poder se cierne sobre ciudadanos y usuarios, sin que nada ni nadie pueda hacer algo para acabar con los abusos, excesos y siniestras actuaciones de funcionarios y jerarcas. Nuestro país, tristemente, está lleno de organizaciones de este tipo. Creo que nadie como Kafka describió y reflexionó sobre este tema en su angustiosa y extraordinaria obra literaria; en particular, en su novela El castillo. No en vano sufrió desde su niñez la desgracia y atrocidades de un padre tóxico…

Al igual que existe una conexión entre emociones y pensamiento, sabemos que la cooperación y su correlato: la solidaridad, son esenciales para la supervivencia de nuestra especie. El mutualismo es una piedra angular de la evolución humana y la base sobre la cual se ha cimentado la moralidad, cuyo principio: el bien común, hace posible nuestra supervivencia, en tanto constituye el soporte de la vida en sociedad. Desde la infancia temprana, todo ser humano comprende la importancia de sus congéneres en la reproducción de su vida material, cognitiva y afectiva. Desde el lenguaje y la cultura hasta las herramientas y medios de trabajo, nuestra vida individual está permeada por la cooperación y el deseo compartido de vivir en grupo. En ese proceso construimos no sólo nuestra psique y nuestra mente, sino también nuestra biografía articulada por afectos y vínculos que van más allá de lo simplemente utilitario y pragmático.

Pese a que el principio del bien común es el pivote del avance social y cultural de nuestra especie, a partir de la Modernidad ‒en Occidente primero y en el resto del mundo después‒ se apostó por la economía de mercado y el individualismo a ultranza, dando paso a una sociedad basada en la depredación irracional de los recursos naturales, el consumismo, la competencia deshumanizada con el único propósito de la ganancia económica, y en el egoísmo patológico. Desde entonces, se extiende una cultura planetaria en la que prevalecen valores difusos e intercambiables de acuerdo con las circunstancias, regida por la cosificación, el placer y la gratificación inmediata, en la que se enfrentan sin trinchera los sociópatas y sus víctimas; quienes tienen poder y riqueza y los que no; quienes son solidarios y socialmente responsables, y los que velan exclusivamente por el beneficio propio. 

Como advirtiera Confusio, cuando nos topemos con gente tóxica debemos revisar nuestras propias actuaciones, a fin de cobrar conciencia de en qué medida somos malas personas… Nadie quiere toparse con alguien tóxico; no obstante, en algún momento de nuestras vidas tenemos la desgracia de caer bajo la nefasta influencia de organizaciones y personas de ese tipo. Si revisan sus familias, sus trabajos, comunidades y experiencias de formación encontrarán muchas de ellas y se percatarán que siempre les provocan una sensación de incomodidad, frustración, angustia, desesperanza y peligro…

Creo que modelos educativos fundados en el supuesto del saber y el poder absolutos y el auto regodeo, donde la arbitrariedad es la norma y la complicidad, el secretismo, la corrupción y la anestesia moral resguardan a quienes abusan del poder, inevitablemente, propician organizaciones tóxicas y son un espacio ideal para la gente tóxica. En entornos de esa naturaleza sería de esperar que haya deserción, bajo rendimiento académico, apatía y el rechazo generalizado del estudiantado por la educación y todo lo que se relacione con ella…

Quizá, la consecuencia más perversa de las organizaciones y las personas tóxicas es la re-victimización de las víctimas, porque la gente sana, con la capacidad de conectar sus emociones con su pensamiento, buscará la forma de salir de esos entornos y de desvincularse de esas personas. No obstante, ello tiene un alto costo personal y social, cuyas consecuencias a largo plazo son impredecibles…

Lamentablemente, debido a mi experiencia como estudiante, desde mi infancia hasta hoy, y como docente universitaria sé que hay instituciones educativas tóxicas en todos los niveles del sistema de educación pública de mi país, que están llenas de personas igualmente tóxicas, que asfixian y mutilan todo intento de desarrollo, logro, felicidad y creatividad de las personas sanas que las integran y padecen. Les invito a que revisen sus propias experiencias al respecto en Costa Rica o en sus países… Ante las evidencias corresponde preguntarnos si existirán factores en los sistemas educativos contemporáneos que los hacen intrínsecamente tóxicos y, en consecuencia, que en ellos se produzcan entornos de formación dañinos que atraen gente nociva porque tiene acceso fácil a sus víctimas, permitiendo la expansión y la normalización de la sociopatía. En caso de ser así, ¿cómo se podría desintoxicar la educación contemporánea? ¿Qué les parece?

Referencias bibliográficas

Jáuregui, Inmaculada (2008). Psicopatía: pandemia de la Modernidad. Crítica de ciencias sociales y jurídicas. Recuperado de: http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=18101908

Puche, Paco. (17 de febrero de 2011). ¿Por qué cooperamos? Blog Ciencias Cognitivas. Recuperado de: http://cienciascognoscitivas.blogspot.com/

Punete, A. (1998). Cognición y aprendizaje: Fundamentos Psicológicos. Ediciones Pirámide.

lunes, 9 de mayo de 2011

Emociones, inteligencia y creatividad

Conforme avanza la investigación en neurociencias y comprendemos el funcionamiento del cerebro, se esclarecen enigmas que le robaron el sueño a filósofos y científicos de todos los tiempos. Entre ellos, las emociones y el papel que juegan en el desarrollo de la vida y la toma de decisiones, se explicó con claridad hasta en la segunda mitad del siglo XX, gracias a los descubrimientos sobre las funciones y conexiones del cerebro. Al respecto, les recomiendo el artículo de Vicente M. Simón, titulado: La participación emocional en la toma de decisiones. En sólo doce páginas y en un lenguaje fácil de comprender, este autor expone los descubrimientos del funcionamiento del cerebro y las complejas redes que entrelazan las partes relacionadas con las emociones y el procesamiento de la información de naturaleza emocional: la amígdala, el hipocampo y los lóbulos frontales.








Pese a que hoy tenemos un panorama claro sobre el fenómeno neurofisiológico y funcional de las emociones, ya en la primera mitad del siglo XX teóricos como Piaget y Vigotski analizaron la importancia de las emociones en la cognición y la conformación de la “mente”. De igual modo, Freud descubrió que ellas tienen un impacto profundo en nuestra psique y que nos marcan para siempre con su huella de dolor, placer y miedo. Ante estos descubrimientos y marcos explicativos hoy es innegable que existe una relación directa entre emoción y cognición y, en consecuencia, entre aprendizaje y emociones. Este es uno de los descubrimientos más relevantes sobre el comportamiento humano y sus alcances en el campo de la Educación empiezan a ser abordados con seriedad e interés al interior de la comunidad científica.

Pese a que estos descubrimientos no son nuevos, la educación surgió en la Era Industrial bajo el supuesto de la racionalidad científica e instrumental que prevaleció en ese período y se instauró como forma de pensamiento dominante. Como resultado del culto a la ciencia moderna, las emociones fueron “extirpadas” del escenario educativo en general y del universitario en particular. Los buenos docentes eran los más inhumanos y fríos con sus estudiantes, y los mejores estudiantes eran aquellos capaces de sobrevivir al trato cruel, arbitrario y excesivamente riguroso de sus profesores. Como verán, el enfoque actual de la formación profesional en algunas escuelas y facultades universitarias no es casualidad, sino que procede de esa visión distorsionada de las emociones y de su rol en los procesos de pensamiento.

Hoy sabemos que el pensamiento es estratégico y que las emociones juegan un papel esencial en la toma de decisiones. La capacidad humana de tener “recuerdos del futuro”; es decir, de imaginar diversos escenarios posibles y de evaluarlos racionalmente con base en la marca emocional que provocaron en el pasado, nos permite tomar decisiones sobre cuál es el mejor curso de acción.

Si el pensamiento es estratégico y funciona con base en la evaluación racional y emocional de escenarios o cursos de acción posibles, entonces, la solución de problemas o enigmas podría seguir una ruta similar. La creatividad no es más que la capacidad humana de ensayar posibilidades, anticipar eventos, probar cursos alternativos de acción y de suponer distintos escenarios para hechos conocidos o imaginados. Abrir espacios para el comportamiento creativo en educación supone contextos flexibles y favorables a la imaginación, donde estudiantes y docentes cuenten con las condiciones para recrear el conocimiento teórico y práctico, y evaluarlo en sus implicaciones racionales y emocionales.

Tal cosa requeriría de entornos educativos coherentes con la naturaleza de la mente y el comportamiento humano, donde se comprenda y tolere que no existan verdades absolutas ni formas únicas para hacer las cosas… Donde el profesorado no lastime a sus estudiantes porque no entienden en el tiempo previsto o tienen respuestas mejores, pero distintas a las que estipula el libro de texto. Donde el estudiantado no tenga que sufrir para aprender, y el placer por enseñar y formarse regrese a las aulas.

Como hemos comentado en entregas anteriores de este blog, el juego presupone el comportamiento creativo que caracteriza nuestra especie; quizá por esa razón a todos nos gusta jugar y nuestras experiencias de juego nos marcan porque nos hacen sentirnos felices, emocionados, frustrados, desafiados, vencedores y vencidos. No importa cómo nos sintamos, generalmente salimos gratificados de nuestras experiencias de juego y algo nuevo aprendemos para ser mejores jugadores en el futuro. Supongo que les habrá pasado a ustedes: no hay nada más honroso y gratificante que perder ante un mejor contendor o ganarle a un gran oponente.

¿Qué les parece? ¿Qué tendríamos que hacer en educación para recuperar el rol de las emociones en la cognición, la enseñanza y el aprendizaje?