lunes, 26 de octubre de 2009

El enfoque pedagógico y curricular del sistema educativo público y el plagio como otro síntoma del desgaste de la educación moderna

Figura 1


Cuando busqué el título para esta entrega del blog, la palabra que mejor describía lo que ocurre en la actualidad con las instituciones modernas ‒entre ellas el modo de producción industrial que tuvo su mayor auge en el siglo XIX‒ fue “desgaste”. Con el ingreso en una economía globalizada y en la Sociedad del Conocimiento y la Información que provocó cambios profundos en todas las instituciones de la Modernidad, lo mismo sucedió con la educación debido al surgimiento de necesidades educativas inéditas, tanto en los países ricos como en los pobres. El uso intensivo del conocimiento en los procesos productivos, así como la complejización de los entornos laborales por la integración estructural y funcional de la tecnología, ampliaron los requerimientos de educación formal y especializada, aún en los trabajos menos calificados.

La brecha del conocimiento se hizo más que evidente en la nueva dinámica de la economía global que se inició en la década de 1990, porque los países menos desarrollados y dependientes de la ciencia y la tecnología producida en los países ricos, tuvieron que enfrentar sin recursos ni ideas nuevas su baja productividad, su ineficiencia e ineficacia administrativa general, y sus deficiencias económicas estructurales. En el nuevo contexto, la baja escolaridad de los ciudadanos y ciudadanas del Tercer Mundo se convirtió en uno de los problemas más importantes a resolver, que se sumó a otros muchos vinculados a ella, de una forma u otra: la pobreza, la brecha digital, la corrupción, la ingobernabilidad, el poco desarrollo de infraestructura vial, puertos y aeropuertos, la delincuencia creciente, la violencia y el crecimiento acelerado de las redes que articulan la economía perversa. América Latina, África y muchos países asiáticos hoy son centros de operaciones a gran escala del narcotráfico, la trata de personas, la venta ilegal de armas y órganos, la pornografía y la prostitución infantil y de personas adultas, y otras tantas formas distorsionadas y patológicas de obtener riqueza a costa de la profanación sistemática de uno de principales logros de la Humanidad: el reconocimiento del valor de la vida humana.

Parece evidente que la apuesta de la economía perversa es la destrucción final de nuestra especie sobre la Tierra, porque, sin excepción, se basa en actividades que atentan contra aquellas que garantizan la construcción de sistemas sociales de acción reproducibles, como: la preservación de la vida en general y de la humana en particular, la convivencia pacífica, el orden y el respeto a los sistemas de derecho nacionales e internacionales, la validez y la legitimidad (Habermas, 1991, 1994). Tampoco el sistema de producción y consumo vigentes apuntan a una mejora sustancial de las condiciones de la vida humana en el siglo XXI. El calentamiento global, el acelerado deterioro ambiental y la destrucción sistemática de ecosistemas y especies terrestres y marinas, también nos tienen al borde del abismo. Pero, ante esa realidad las desgastadas instituciones nacidas en la Modernidad muestran poca o ninguna capacidad para contrarrestar los efectos destructivos, consecuencia del deterioro de las bases que sostienen los ideales de la Ilustración y la Modernidad.

Por primera vez en la historia de nuestra especie, estamos frente al riesgo de una inminente autodestrucción. Las estimaciones más esperanzadoras nos dan un breve plazo para rectificar: lo que nos resta del siglo XXI. Ante el desafío de revertir en sólo 90 años las macrotendencias que hoy nos empujan como especie hacia la muerte y la destrucción, aparece como tarea urgente un cambio profundo en la visión del papel que juega la educación como institución socializadora y, en consecuencia, de sus implicaciones en la formación de los seres humanos que tendrán la responsabilidad de contener las fuerzas desencadenadas por la economía perversa, la ganancia fácil, la corrupción personal, política y empresarial, el oportunismo y el irrespeto generalizado por el medio ambiente y la vida, que hoy caracterizan nuestro mundo.


El mensaje que reciben niños, niñas y jóvenes es justamente ese: la autodestrucción. Lo dramático es que tiene eco en ellos, porque experimentan una sociedad en caos, donde las personas adultas se matan por amor, asesinan a sus hijos e hijas por amor, y después de sus crímenes se suicidan por amor. Sólo a manera de ejemplo, mucha de la música que escuchan les ofrece mensajes de odio, racismo, machismo, misoginia, autodestrucción, desprecio por la vida y violencia. Mientras tanto, sus padres, madres o encargados están tan ocupados en sus trabajos y tareas cotidianas, que no tienen idea de lo que esas canciones de son pegajoso dicen en español, inglés, spanglish o cualquier otro idioma. Una cultura decadente y desgastada recicla lo viejo y mucho de lo nuevo disponible para las mayorías no siempre es constructivo ni valioso ética y estéticamente.

El enfoque pedagógico y curricular vigente es una curiosa mezcla del enfoque tradicional-transmisionista que emergió en las universidades medievales en el siglo XIII, con los aportes de cientificidad que le imprimieran al Conductismo Watson y Skinner en la primera mitad del siglo XX. Para mejor comprensión de esto observen la figura 1, construida con base en Florez Ochoa (2000), al inicio del texto.


Siguiendo a Florez Ochoa (2000), en el enfoque tradicional heredado de la Edad Media y en el Conductista, el docente es el centro del proceso educativo, pues es quien tiene y administra el conocimiento y lo transmite al alumnado a través de exposiciones orales y clases de corte magistral. En esos modelos de enseñanza la habilidad cognoscitiva privilegiada es la memoria, porque el conocimiento debe ser “grabado en ella”, bajo el supuesto de que es de ese modo que el estudiante “aprende”. La evaluación se compone de pruebas orales o escritas que dan fe de lo que “contiene” el estudiante en su memoria (Vizcarro y León, 1998). Ante el nivel de producción de libros, revistas e Internet esta propuesta aparece como realmente obsoleta.

En el modelo tradicional se entiende que el aprendizaje es “… la actividad de memorizar información relevante procedente de un profesor o de un texto, transmitida, en cualquier caso, de forma unidireccional” (Vizcarro y León, 1998, p. 19). En el conductismo, el aprendizaje es “un cambio estable en la conducta [producto del] reforzamiento” (Hernández, 1998, p. 95), donde “el nivel de actividad del sujeto se ve fuertemente restringido por los arreglos de contingencias del profesor-programador, los cuales se planean incluso desde antes de la situación de instrucción” (Hernández, 1998, p. 94). Como verán, desde esta perspectiva, el plagio es una práctica “saludable” y efectiva, que es promovida por la lógica misma del modelo de enseñanza y aprendizaje.

Entre los aspectos en común de esos paradigmas están los roles del docente y del estudiante en el proceso de enseñanza y aprendizaje. El profesor o profesora porta el conocimiento y lo administra, el estudiantado es pasivo y debe plegarse sin cuestionamiento a los planteamientos de quien le enseña. Asimismo, estos modelos parten del supuesto de que la información es escasa y verdadera, por lo que se debe aprender y replicar de la manera más exacta posible. En consecuencia, el plagio; es decir, la copia textual de las ideas reconocidas como “verdaderas” es la principal tarea del aprendiz; quien, a su vez, debe memorizarlas sin cuestionamiento alguno.


Esto explicaría por qué el plagio se ha generalizado entre el estudiantado y por qué el profesorado, generalmente, lo califica con 10. Como diría una canción de Les Luthiers, cuando se trata de memorizar, “el que piensa pierde”. Les pedimos a nuestros niños, niñas y jóvenes que sean críticos, creativos, razonen y reflexionen, pero si lo hacen salen mal en los exámenes, especialmente en las pruebas nacionales.

Esas concepciones del docente y del estudiante resultan inadecuadas para propiciar y desarrollar el tipo de aprendizajes, competencias y necesidades de formación que se requieren en la era de la Globalización y en la Sociedad de la Información y el Conocimiento. Denle una mirada a los currículos, sistemas de evaluación y a los planes de estudio de primaria, secundaria e, incluso, de educación superior, y traten de ubicarlos en un esquema distinto a los descritos… Verán que estamos frente a enfoques pedagógicos y currículos desgastados y obsoletos, que distan mucho de satisfacer las necesidades educativas del presente. El plagio sólo es un síntoma más del desgaste y agotamiento de estos viejos modelos, que ya dieron sus mejores frutos en tiempos que no volverán y es inútil seguir “lloviendo sobre mojado”.

¿Qué les parece?



Referencias bibliográficas

Florez, R. (2000). Evaluación pedagógica y cognición. Colombia: McGraw-Hill.


Habermas, J. (1991). Conciencia moral y acción comunicativa. Barcelona: Península.

Habermas, J. (1994). Teoría de la Acción comunicativa: complementos y estudios previos. Madrid: Cátedra.

Hernández, G. (1998). Paradigmas en Psicología de la Educación. México: Paidós.

Vizcarro, C. y León, J. A. (1998). Nuevas tecnologías para el aprendizaje. Madrid: Pirámide.