He de admitir que el fútbol no me apasiona, pese a que he hecho intentos por encontrar el gusto por ese deporte. No obstante, confieso haber salido una vez, hace muchos años, afónica del Estadio Saprissa porque ganó el equipo anfitrión; pero, no era saprissista, ni entendía mucho el juego… En fin, lo interpreté como el efecto de los eventos masivos, donde la euforia de muchos se transmite como un virus frente al cual ningún sistema inmunológico lo logra, como bien advirtió Freud… A pesar de ese evento extraordinario, no “enganché” con el fútbol y sigue siendo para mí un enigma la fascinación que produce y cómo es capaz de detener los delitos y la criminalidad, las enfermedades y, por supuesto, las actividades laborales, con la venia del sector empleador…
A propósito del Mundial de Fútbol que, como siempre, atrapó por 31 días la atención de todos los medios de comunicación a escala planetaria y abrió espacio para conocer la vida y logros de equipos y futbolistas exitosos africanos, norteamericanos, latinoamericanos, europeos y asiáticos. Messi fue uno de ellos, por su entereza y la de su familia ante la adversidad, por su humildad y sencillez que le merecen ser catalogado alrededor del mundo como una persona íntegra y trabajadora, que realmente ama y hace como “el mejor” lo que hace: fútbol. A sus 23 años, aparte de ser multimillonario y una celebridad, la fama ‒como en muchos otros casos, en particular de la farándula‒ no lo echó a perder todavía… Ojalá siga así, por él, su familia y los millones de personas que lo admiran por sus logros en todas las regiones y latitudes.
Debido al inminente Mundial de Fútbol, hace un par de meses una madrugada de insomnio prendí el televisor y pasaban un documental sobre el fútbol de alto nivel y cómo se le administra y visualiza en los países europeos, donde ese deporte representa una industria multimillonaria, que va más allá del entretenimiento. Los jugadores más hábiles y mejor pagados reciben la mayoría de sus ingresos de empresas multinacionales del deporte, que les pagan sumas inimaginables por lucir sus implementos y ropa deportiva… Por fotografiarse con relojes de élite y hacer anuncios manejando automóviles costosos. En este mundial, los cuatro equipos finalistas se llevarán a sus arcas la módica suma de 94 millones de dólares… El campeón se acreditará 30 millones y el subcampeón 24. Uruguay y Alemania 20 millones cada uno…
Lo interesante del documental fue el grado de conocimiento científico aplicado al rendimiento físico de los jugadores, al trabajo psicológico y la gestión del fútbol como empresa. Me sorprendió la cantidad de expertos en diferentes disciplinas que aúnan esfuerzos para que los jugadores y sus equipos alcancen el nivel necesario para ingresar en el grupo de “los mejores” y ganar copas nacionales, regionales y, por supuesto, la gran presea: la Copa Mundial.
Empiezan con la “caza” de jugadores en los niveles nacional e internacional. Hecha la selección de los más talentosos y mejor aspectados, sigue el juego económico donde se subastan al mejor postor… Hecha la compra, los jugadores son puestos en manos de expertos de diversa naturaleza para llevar su talento y capacidades al máximo posible. En adelante, la fama y la gloria les acompañan, mientras sus equipos recaudan taquillas extraordinarias y la industria del fútbol se expande en sus múltiples y diversas empresas y negocios conexos. Los países en vías de desarrollo, como el nuestro, tenemos varios ejemplos de esta “lógica” de la industria del fútbol. Jóvenes promesas son compradas para jugar en el exterior, en particular en Europa, para abrirse oportunidades que nunca habrían tenido en nuestros países.
La nutrición, el entrenamiento y cuidado físico y psicológico, la calidad y niveles profesionales de las personas que tienen a su cargo el desarrollo técnico y el conocimiento de estos futbolistas son envidiables y cuestan millones… No se escatima dinero ni recursos, cuando de un equipo de fútbol de alto rendimiento y nivel se trata.
En nuestro país, contrario a los logros recientes en el campo del fútbol, con la presencia de la Selección costarricense en dos mundiales, desperdiciamos el talento intelectual y tenemos muy pocos cuidados con el desarrollo mental y psicológico de nuestras niñas, niños y jóvenes brillantes. Las mejores mentes de nuestro país se diluyen en un sistema educativo masivo y masificado, para el cual ni siquiera existen…
Todavía no entendemos que la educación es tan buen negocio, incluso mejor, que el fútbol. No obstante, es difícil pensar que el personal docente, por bueno que sea, ganará algún día lo que el Estado costarricense le paga por mes al entrenador de la Selección de fútbol nacional. De igual modo, no creo probable que algún docente tendrá el reconocimiento público de los jugadores de los equipos de fútbol de Primera División. En general, la inversión que hacen los estados y el sector privado en ese deporte, en términos comparativos, no se acerca siquiera al máximo que se hace en educación. La pregunta que corresponde en este caso es: ¿por qué en las sociedades contemporáneas se invierte más en fútbol que en educación?
Si invirtiéramos, en términos comparativos, los mismos recursos estatales y privados en educación que los que se invierten en fútbol por cada jugador, es probable que todos los países del mundo, sin excepción, fueran más ricos y desarrollados en los niveles humano, cultural, científico y social. Sería posible que la violencia, la criminalidad y las enfermedades se redujeran realmente y no sólo durante los 90 minutos que duran los partidos… Habría más "Messis" en América Latina haciendo como “los mejores” ciencia, tecnología y creando soluciones viables y sostenibles para resolver los múltiples, viejos y reiterados problemas que aquejan la región…
Sin duda, habría menos pobres, menos niños, niñas y jóvenes perdidos en las drogas y el alcohol, y reclutados por el narcotráfico y el crimen organizado. Una ciudadanía más crítica, consciente y socialmente responsable nos permitiría combatir con más recursos la corrupción y recuperaríamos la esperanza en la Democracia, las leyes y los gobiernos. Seríamos más felices a lo largo de la semana y de nuestras vidas, y no tendríamos que esperar con ansiedad el próximo partido, la siguiente contienda internacional y la eliminatoria para participar en el próximo Mundial, rezando por la clasificación, para experimentar esa sensación de logro y la emoción del éxito y la tarea cumplida, aunque otros metan los goles…
Tal vez, la solución a la crisis en educación de nuestro país sea verla como “un buen negocio” social y personal, y fomentar la inversión pública y privada en la industria del conocimiento y el desarrollo de innovación científico-tecnológica. Ojalá contemos en el futuro con mejores jugadores de fútbol y que nuestra Selección Nacional alguna vez nos regale una Copa Mundial. Les aseguro que, si fuera el caso y pudiera, ese partido sí lo vería…
Ojalá tengamos una mejor educación y una ciudadanía con más y mejores oportunidades para pensarse a sí misma, tomar mejores decisiones y contribuir con su esfuerzo e integridad intelectual y moral con el desarrollo de su propia vida, el de las personas que ama y le rodean, y el de la sociedad costarricense como un todo. Eso también, si fuera el caso y pudiera, quisiera verlo…
A propósito del Mundial de Fútbol que, como siempre, atrapó por 31 días la atención de todos los medios de comunicación a escala planetaria y abrió espacio para conocer la vida y logros de equipos y futbolistas exitosos africanos, norteamericanos, latinoamericanos, europeos y asiáticos. Messi fue uno de ellos, por su entereza y la de su familia ante la adversidad, por su humildad y sencillez que le merecen ser catalogado alrededor del mundo como una persona íntegra y trabajadora, que realmente ama y hace como “el mejor” lo que hace: fútbol. A sus 23 años, aparte de ser multimillonario y una celebridad, la fama ‒como en muchos otros casos, en particular de la farándula‒ no lo echó a perder todavía… Ojalá siga así, por él, su familia y los millones de personas que lo admiran por sus logros en todas las regiones y latitudes.
Debido al inminente Mundial de Fútbol, hace un par de meses una madrugada de insomnio prendí el televisor y pasaban un documental sobre el fútbol de alto nivel y cómo se le administra y visualiza en los países europeos, donde ese deporte representa una industria multimillonaria, que va más allá del entretenimiento. Los jugadores más hábiles y mejor pagados reciben la mayoría de sus ingresos de empresas multinacionales del deporte, que les pagan sumas inimaginables por lucir sus implementos y ropa deportiva… Por fotografiarse con relojes de élite y hacer anuncios manejando automóviles costosos. En este mundial, los cuatro equipos finalistas se llevarán a sus arcas la módica suma de 94 millones de dólares… El campeón se acreditará 30 millones y el subcampeón 24. Uruguay y Alemania 20 millones cada uno…
Lo interesante del documental fue el grado de conocimiento científico aplicado al rendimiento físico de los jugadores, al trabajo psicológico y la gestión del fútbol como empresa. Me sorprendió la cantidad de expertos en diferentes disciplinas que aúnan esfuerzos para que los jugadores y sus equipos alcancen el nivel necesario para ingresar en el grupo de “los mejores” y ganar copas nacionales, regionales y, por supuesto, la gran presea: la Copa Mundial.
Empiezan con la “caza” de jugadores en los niveles nacional e internacional. Hecha la selección de los más talentosos y mejor aspectados, sigue el juego económico donde se subastan al mejor postor… Hecha la compra, los jugadores son puestos en manos de expertos de diversa naturaleza para llevar su talento y capacidades al máximo posible. En adelante, la fama y la gloria les acompañan, mientras sus equipos recaudan taquillas extraordinarias y la industria del fútbol se expande en sus múltiples y diversas empresas y negocios conexos. Los países en vías de desarrollo, como el nuestro, tenemos varios ejemplos de esta “lógica” de la industria del fútbol. Jóvenes promesas son compradas para jugar en el exterior, en particular en Europa, para abrirse oportunidades que nunca habrían tenido en nuestros países.
La nutrición, el entrenamiento y cuidado físico y psicológico, la calidad y niveles profesionales de las personas que tienen a su cargo el desarrollo técnico y el conocimiento de estos futbolistas son envidiables y cuestan millones… No se escatima dinero ni recursos, cuando de un equipo de fútbol de alto rendimiento y nivel se trata.
En nuestro país, contrario a los logros recientes en el campo del fútbol, con la presencia de la Selección costarricense en dos mundiales, desperdiciamos el talento intelectual y tenemos muy pocos cuidados con el desarrollo mental y psicológico de nuestras niñas, niños y jóvenes brillantes. Las mejores mentes de nuestro país se diluyen en un sistema educativo masivo y masificado, para el cual ni siquiera existen…
Todavía no entendemos que la educación es tan buen negocio, incluso mejor, que el fútbol. No obstante, es difícil pensar que el personal docente, por bueno que sea, ganará algún día lo que el Estado costarricense le paga por mes al entrenador de la Selección de fútbol nacional. De igual modo, no creo probable que algún docente tendrá el reconocimiento público de los jugadores de los equipos de fútbol de Primera División. En general, la inversión que hacen los estados y el sector privado en ese deporte, en términos comparativos, no se acerca siquiera al máximo que se hace en educación. La pregunta que corresponde en este caso es: ¿por qué en las sociedades contemporáneas se invierte más en fútbol que en educación?
Si invirtiéramos, en términos comparativos, los mismos recursos estatales y privados en educación que los que se invierten en fútbol por cada jugador, es probable que todos los países del mundo, sin excepción, fueran más ricos y desarrollados en los niveles humano, cultural, científico y social. Sería posible que la violencia, la criminalidad y las enfermedades se redujeran realmente y no sólo durante los 90 minutos que duran los partidos… Habría más "Messis" en América Latina haciendo como “los mejores” ciencia, tecnología y creando soluciones viables y sostenibles para resolver los múltiples, viejos y reiterados problemas que aquejan la región…
Sin duda, habría menos pobres, menos niños, niñas y jóvenes perdidos en las drogas y el alcohol, y reclutados por el narcotráfico y el crimen organizado. Una ciudadanía más crítica, consciente y socialmente responsable nos permitiría combatir con más recursos la corrupción y recuperaríamos la esperanza en la Democracia, las leyes y los gobiernos. Seríamos más felices a lo largo de la semana y de nuestras vidas, y no tendríamos que esperar con ansiedad el próximo partido, la siguiente contienda internacional y la eliminatoria para participar en el próximo Mundial, rezando por la clasificación, para experimentar esa sensación de logro y la emoción del éxito y la tarea cumplida, aunque otros metan los goles…
Tal vez, la solución a la crisis en educación de nuestro país sea verla como “un buen negocio” social y personal, y fomentar la inversión pública y privada en la industria del conocimiento y el desarrollo de innovación científico-tecnológica. Ojalá contemos en el futuro con mejores jugadores de fútbol y que nuestra Selección Nacional alguna vez nos regale una Copa Mundial. Les aseguro que, si fuera el caso y pudiera, ese partido sí lo vería…
Ojalá tengamos una mejor educación y una ciudadanía con más y mejores oportunidades para pensarse a sí misma, tomar mejores decisiones y contribuir con su esfuerzo e integridad intelectual y moral con el desarrollo de su propia vida, el de las personas que ama y le rodean, y el de la sociedad costarricense como un todo. Eso también, si fuera el caso y pudiera, quisiera verlo…
ok. en resumen que es lo mas importante de este articulo
ResponderEliminarEn principio, la idea fue reflexionar sobre las prioridades de inversión en países con recursos públicos limitados, como es el caso de Costa Rica. Llama la atención que se invierta, en términos comparativos, mucho más recursos en el fútbol que en educación, por ello, creí conveniente hacer referencia a esta realidad, pese a que en América Latina en general y en Centro América en particular, las demandas por educación son enormes y los flagelos derivados de la exclusión educativa muchos; entre ellos, el crimen organizado, el narcotráfico, la trata de personas y las migraciones masivas hacia países donde quienes huyen de la miseria, se exponen a más pobreza, explotación laboral y sexual, y a otras actividades ilícitas propias de la esclavitud contemporánea.
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