En 1998 se llevó a cabo en París la primera Conferencia Mundial sobre Educación Superior. En ese foro se discutieron las necesidades educativas emergentes en el contexto de la Globalización, la sociedad Postindustrial y la Sociedad del Conocimiento y la Información (SIC). En el nuevo contexto mundial, se propuso que las instituciones universitarias son “… sistemas complejos que interactúan con las instituciones de su entorno, es decir, con los sistemas políticos, económicos, culturales o sociales. Están condicionadas por su entorno local y nacional (meso-entorno) y cada vez más por su entorno regional e internacional (o macro-entrono)” (UNESCO, 1998, p. 4). A la complejidad de las instituciones de educación superior compuesta por subsistemas, a su vez, complejos, se suma el micro-entorno: la organización universitaria, que tiene sus propias lógicas y formas de interactuar consigo misma y con el contexto regional e internacional.
El nuevo enfoque de las instituciones de educación superior de finales del siglo XX es importante, porque por primera vez en su historia se las definió por consenso mundial como sistemas abiertos y complejos, en constante relación con un entorno social en “plena mutación”, que exige la revisión general de las premisas básicas de la universidad, ante la conformación de “escenarios paradójicos” que inciden en la forma como estas instituciones satisfacen las demandas educativas del presente. Asimismo, ello evidencia la relevancia del trabajo profesional en economías y sociedades basadas en el uso intensivo del conocimiento como medio de producción y reproducción del sistema social como un todo.
Entre las paradojas del macro-entorno que afectan a las universidades en la actualidad, se identificaron la globalización de la economía, la creciente migración de la fuerza de trabajo, el crecimiento demográfico en países pobres y el envejecimiento de la población en los países ricos, el acelerado desarrollo del conocimiento científico y tecnológico, y la mundialización de la cultura. Entre las paradojas del micro-entorno se señalaron:
-la masificación progresiva de la educación superior frente a la reducción de recursos que se le asignan;
-la masificación de la enseñanza frente a la intensificación de formas de exclusión socioeducativa;
-la presión por elevar la calidad y la oferta académica ante el aumento del desempleo de los graduados universitarios;
-el incremento de controles estatales ante la reducción y el condicionamiento de recursos;
-la necesidad de internacionalización de la educación superior frente a una fuerte presión interna por la contextualización de la formación universitaria;
-la fuerte crisis en la formación universitaria provocada por las TIC, que paradójicamente fueron creadas y desarrolladas en las universidades; y,
-la importancia que ha adquirido la docencia en un entorno donde no se han dado las condiciones para el desarrollo profesional del profesorado. (UNESCO, 1998)
Desde esta perspectiva, el meso-entorno (país-región) se ve afectado por las tendencias del macro-entorno (tendencias globales de la educación superior) y del micro-entorno (tendencias internas de las organizaciones universitarias) que, a su vez, ejerce presión para que la formación de profesionales se ajuste a los requerimientos nacionales, regionales e internacionales. El juego de esas fuerzas y tensiones es un desafío para la educación superior en nuestro tiempo y el mayor de ellos es concertar una visión situada y universal de la formación universitaria para el siglo XXI, que se fundamente en los principios de pertinencia, equidad y calidad de la educación superior (UNESCO, 1998). En el marco de paradojas y desafíos de una sociedad en mutación y marcada por el cambio radical es impostergable una “revolución pedagógica” en todas las modalidades de educación superior y la invención de propuestas de enseñanza universitaria más coherentes con las exigencias actuales de formación profesional.
Ante las nuevas demandas educativas en un entorno global que se caracteriza por el desarrollo desigual, la rápida obsolescencia del conocimiento, la revolución de las TIC y la transformación de la economía, la educación virtual, la bimodal, la formación continua y, la autoevaluación y acreditación de carreras universitarias son innovaciones que se introdujeron recientemente en respuesta a las características y necesidades educativas de los habitantes del siglo XXI. Pese a estos avances, aún faltan cambios e innovaciones en las organizaciones universitarias y los currículos para que la educación superior costarricense esté a la altura de los tiempos.
Para el caso que nos ocupa: la formación de formadores, hemos de admitir que en el país hay un franco deterioro que se percibe tanto en las personas graduadas de universidades públicas como de las privadas. La obsolescencia de los planes de estudio, así como la escasa formación en Historia, Epistemología, Teoría de la Educación e Investigación, se suman a una limitada acreditación de las carreras de Educación en universidades públicas y privadas. Si la acreditación es el mecanismo más importante para evaluar la educación superior y los programas de estudios que las universidades imparten, esto nos muestra que poco se ha hecho al respecto en el país, tanto desde el Consejo Nacional de Enseñanza Superior Universitaria Privada (CONESUP) como desde el Consejo Nacional de Rectores (CONARE) de las universidades públicas. Un área estratégica para el desarrollo del país, como es la Educación, debió ser una prioridad para estas instancias. A once años de la primera conferencia sobre Educación Superior, al menos el 50% de las carreras universitarias en el área de educación deberían estar acreditadas.
Siempre comento con mis estudiantes que en educación “matamos al paciente a largo plazo”, y que ello ha favorecido el “debilitamiento” o “enrarecimiento” sistemático de la formación profesional en el campo de la Educación. La escasa supervisión de la calidad y la pertinencia de la formación profesional que impera en el país en todas las áreas, en particular en Educación, es otro elemento que favorece el estancamiento de la formación de formadores. A ello se debe agregar que el principal empleador de profesionales de la educación: el Ministerio de Educación Pública (MEP), no cuenta con sistemas robustos de evaluación del desempeño docente, docente-administrativo ni administrativo. Tampoco tiene mecanismos para discriminar entre “buenas y malas universidades” cuando recluta al personal docente y administrativo, ni posee medios para certificar que contrata a los mejores profesionales. Lamentablemente, los títulos hoy dicen poco o nada de la calidad e idoneidad profesional… Ante un panorama de esta naturaleza, es poco lo que podemos esperar en términos de la calidad y la pertinencia de la formación de formadores en el país.
Creo que sólo cuando se superen estos problemas avanzaremos hacia un sistema educativo que promueva organizaciones educativas orientadas a la excelencia y el mejoramiento continuo, capaces de exigir y acoger profesionales de la educación de alto nivel, con el desempeño necesario para hacer las transformaciones pedagógicas y de gestión que se requiere para alcanzar una educación pertinente y de calidad para nuestras niñas, niños y jóvenes.
Si el MEP, en tanto principal empleador del sector educación, no presiona a las universidades públicas y privadas para que innoven y cambien la formación de formadores y acrediten sus carreras, el pronóstico sigue siendo reservado. En contraposición, las instituciones privadas de primaria y secundaria seleccionan con mucho cuidado a su personal docente. Esto explica, al menos en parte, las abismales diferencias en los resultados académicos del estudiantado de los sectores público y privado, así como las brechas de acceso y permanencia en educación superior de unos y otros.
Docentes y Administradores(as) de la Educación con una formación universitaria deficiente y desactualizada, no desarrollan ni adquieren las capacidades, actitudes, conocimientos, ni las competencias necesarias para llevar a cabo la “revolución pedagógica” que requerimos. El plagio en las universidades también se ha disparado en los últimos años… Ello muestra que muchos de los estudiantes de educación superior del país no tienen la capacidad para hacer por sí mismos los trabajos académicos requeridos en su formación profesional. Tampoco tenemos claro si los programas y planes de estudios son adecuados y preparan a los que se gradúan para el mundo laboral que enfrentarán. La acreditación de las carreras de Educación no es una garantía de que superaremos los problemas que hoy nos aquejan. De hecho, tengo bastantes reservas al respecto; pero, al menos, permite diferenciar entre universidades de primera, segunda y tercera… Lo que ya es un buen comienzo.
¿Qué les parece?
Referencias bibliográficas
Bell, D. (1994). El advenimiento de la sociedad post-industrial. Un intento de prognosis social. Madrid: Alianza.
Castells, M. (2000a). The Rise of the Network Society. The Information Age: Economy, Society and culture. Great Bretain: Padstow & Conrwall. Vol I.
Castells, M. (2000b). End of Millennium. The Information Age: Economy, Society and culture. Great Bretain: Padstow & Conrwall. Vol. III.
Rodríguez, M. [Coord.]. (2002). Didáctica general. Qué y cómo enseñar en la sociedad de la información. Madrid: Biblioteca Nueva.
UNESCO. (1998). La Educación Superior en el Siglo XXI: Visión y acción. París: UNESCO.
El nuevo enfoque de las instituciones de educación superior de finales del siglo XX es importante, porque por primera vez en su historia se las definió por consenso mundial como sistemas abiertos y complejos, en constante relación con un entorno social en “plena mutación”, que exige la revisión general de las premisas básicas de la universidad, ante la conformación de “escenarios paradójicos” que inciden en la forma como estas instituciones satisfacen las demandas educativas del presente. Asimismo, ello evidencia la relevancia del trabajo profesional en economías y sociedades basadas en el uso intensivo del conocimiento como medio de producción y reproducción del sistema social como un todo.
Entre las paradojas del macro-entorno que afectan a las universidades en la actualidad, se identificaron la globalización de la economía, la creciente migración de la fuerza de trabajo, el crecimiento demográfico en países pobres y el envejecimiento de la población en los países ricos, el acelerado desarrollo del conocimiento científico y tecnológico, y la mundialización de la cultura. Entre las paradojas del micro-entorno se señalaron:
-la masificación progresiva de la educación superior frente a la reducción de recursos que se le asignan;
-la masificación de la enseñanza frente a la intensificación de formas de exclusión socioeducativa;
-la presión por elevar la calidad y la oferta académica ante el aumento del desempleo de los graduados universitarios;
-el incremento de controles estatales ante la reducción y el condicionamiento de recursos;
-la necesidad de internacionalización de la educación superior frente a una fuerte presión interna por la contextualización de la formación universitaria;
-la fuerte crisis en la formación universitaria provocada por las TIC, que paradójicamente fueron creadas y desarrolladas en las universidades; y,
-la importancia que ha adquirido la docencia en un entorno donde no se han dado las condiciones para el desarrollo profesional del profesorado. (UNESCO, 1998)
Desde esta perspectiva, el meso-entorno (país-región) se ve afectado por las tendencias del macro-entorno (tendencias globales de la educación superior) y del micro-entorno (tendencias internas de las organizaciones universitarias) que, a su vez, ejerce presión para que la formación de profesionales se ajuste a los requerimientos nacionales, regionales e internacionales. El juego de esas fuerzas y tensiones es un desafío para la educación superior en nuestro tiempo y el mayor de ellos es concertar una visión situada y universal de la formación universitaria para el siglo XXI, que se fundamente en los principios de pertinencia, equidad y calidad de la educación superior (UNESCO, 1998). En el marco de paradojas y desafíos de una sociedad en mutación y marcada por el cambio radical es impostergable una “revolución pedagógica” en todas las modalidades de educación superior y la invención de propuestas de enseñanza universitaria más coherentes con las exigencias actuales de formación profesional.
Ante las nuevas demandas educativas en un entorno global que se caracteriza por el desarrollo desigual, la rápida obsolescencia del conocimiento, la revolución de las TIC y la transformación de la economía, la educación virtual, la bimodal, la formación continua y, la autoevaluación y acreditación de carreras universitarias son innovaciones que se introdujeron recientemente en respuesta a las características y necesidades educativas de los habitantes del siglo XXI. Pese a estos avances, aún faltan cambios e innovaciones en las organizaciones universitarias y los currículos para que la educación superior costarricense esté a la altura de los tiempos.
Para el caso que nos ocupa: la formación de formadores, hemos de admitir que en el país hay un franco deterioro que se percibe tanto en las personas graduadas de universidades públicas como de las privadas. La obsolescencia de los planes de estudio, así como la escasa formación en Historia, Epistemología, Teoría de la Educación e Investigación, se suman a una limitada acreditación de las carreras de Educación en universidades públicas y privadas. Si la acreditación es el mecanismo más importante para evaluar la educación superior y los programas de estudios que las universidades imparten, esto nos muestra que poco se ha hecho al respecto en el país, tanto desde el Consejo Nacional de Enseñanza Superior Universitaria Privada (CONESUP) como desde el Consejo Nacional de Rectores (CONARE) de las universidades públicas. Un área estratégica para el desarrollo del país, como es la Educación, debió ser una prioridad para estas instancias. A once años de la primera conferencia sobre Educación Superior, al menos el 50% de las carreras universitarias en el área de educación deberían estar acreditadas.
Siempre comento con mis estudiantes que en educación “matamos al paciente a largo plazo”, y que ello ha favorecido el “debilitamiento” o “enrarecimiento” sistemático de la formación profesional en el campo de la Educación. La escasa supervisión de la calidad y la pertinencia de la formación profesional que impera en el país en todas las áreas, en particular en Educación, es otro elemento que favorece el estancamiento de la formación de formadores. A ello se debe agregar que el principal empleador de profesionales de la educación: el Ministerio de Educación Pública (MEP), no cuenta con sistemas robustos de evaluación del desempeño docente, docente-administrativo ni administrativo. Tampoco tiene mecanismos para discriminar entre “buenas y malas universidades” cuando recluta al personal docente y administrativo, ni posee medios para certificar que contrata a los mejores profesionales. Lamentablemente, los títulos hoy dicen poco o nada de la calidad e idoneidad profesional… Ante un panorama de esta naturaleza, es poco lo que podemos esperar en términos de la calidad y la pertinencia de la formación de formadores en el país.
Creo que sólo cuando se superen estos problemas avanzaremos hacia un sistema educativo que promueva organizaciones educativas orientadas a la excelencia y el mejoramiento continuo, capaces de exigir y acoger profesionales de la educación de alto nivel, con el desempeño necesario para hacer las transformaciones pedagógicas y de gestión que se requiere para alcanzar una educación pertinente y de calidad para nuestras niñas, niños y jóvenes.
Si el MEP, en tanto principal empleador del sector educación, no presiona a las universidades públicas y privadas para que innoven y cambien la formación de formadores y acrediten sus carreras, el pronóstico sigue siendo reservado. En contraposición, las instituciones privadas de primaria y secundaria seleccionan con mucho cuidado a su personal docente. Esto explica, al menos en parte, las abismales diferencias en los resultados académicos del estudiantado de los sectores público y privado, así como las brechas de acceso y permanencia en educación superior de unos y otros.
Docentes y Administradores(as) de la Educación con una formación universitaria deficiente y desactualizada, no desarrollan ni adquieren las capacidades, actitudes, conocimientos, ni las competencias necesarias para llevar a cabo la “revolución pedagógica” que requerimos. El plagio en las universidades también se ha disparado en los últimos años… Ello muestra que muchos de los estudiantes de educación superior del país no tienen la capacidad para hacer por sí mismos los trabajos académicos requeridos en su formación profesional. Tampoco tenemos claro si los programas y planes de estudios son adecuados y preparan a los que se gradúan para el mundo laboral que enfrentarán. La acreditación de las carreras de Educación no es una garantía de que superaremos los problemas que hoy nos aquejan. De hecho, tengo bastantes reservas al respecto; pero, al menos, permite diferenciar entre universidades de primera, segunda y tercera… Lo que ya es un buen comienzo.
¿Qué les parece?
Referencias bibliográficas
Bell, D. (1994). El advenimiento de la sociedad post-industrial. Un intento de prognosis social. Madrid: Alianza.
Castells, M. (2000a). The Rise of the Network Society. The Information Age: Economy, Society and culture. Great Bretain: Padstow & Conrwall. Vol I.
Castells, M. (2000b). End of Millennium. The Information Age: Economy, Society and culture. Great Bretain: Padstow & Conrwall. Vol. III.
Rodríguez, M. [Coord.]. (2002). Didáctica general. Qué y cómo enseñar en la sociedad de la información. Madrid: Biblioteca Nueva.
UNESCO. (1998). La Educación Superior en el Siglo XXI: Visión y acción. París: UNESCO.
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