Las ciencias sociales son disciplinas de reciente creación. La primera ciencia de la sociedad: la Sociología, apareció en 1842, con la obra del francés Augusto Comte Curso de filosofía positiva. El primer laboratorio de Psicología científica fue abierto por el alemán W. Wundt, en Leipzig, en 1879. Marx y Engels desarrollaron el Materialismo Histórico-dialéctico para una teoría de la sociedad entre 1864 y 1875. Sigmund Freud creó el Psicoanálisis y lo desarrolló entre 1886 y 1938.
Los aportes de Wilhelm Dilthey fueron fundamentales para el surgimiento de una epistemología propia de las ciencias sociales. Su obra Ciencias del espíritu es un hito en el desarrollo del pensamiento en este campo. La Antropología del belga Claude Lévi-Strauss fue otro aporte esencial para la comprensión de la cultura humana en las dimensiones social e individual. Precisamente, sobre una de sus tesis centrales voy a tratar en este comentario: la universalidad del espíritu humano, entendida como el bagaje genético y cultural que heredamos de nuestros ancestros al nacer. Ese insumo esencial, primario, cuya principal expresión es el lenguaje, es lo que nos permite pensar, ser nosotros mismos; en consecuencia, conocer y comprender el mundo que vivimos y ser funcionales en él.
Al igual que Piaget, Lévi Strauss propuso que el ser humano es portador de un determinante genético invariable que, en condiciones normales, faculta para resolver los problemas propios de la supervivencia y la reproducción de la vida personal y social. Para Vigotski, ese primer insumo determinado y constituido biológicamente, se reconvierte en el nivel cualitativo gracias al desarrollo sociocultural. A partir de nuestro nacimiento somos acreedores de los máximos logros de la evolución biológica y la cultura que nos correspondió por la herencia de nuestros progenitores.
Esto explicaría por qué, bajo circunstancias y condiciones semejantes, el ser humano ha dado respuestas análogas a los mismos problemas. El ejemplo emblemático de esta realidad es la construcción del lenguaje. Ningún grupo humano o civilización pudo existir sin la invención del lenguaje. Como especie social, la Humanidad tuvo la necesidad de desarrollar una estructura lingüística lo suficientemente amplia y “densa” en significados para comunicarse y pensar el mundo. Sobre esa base se construyen la cultura, la percepción de la realidad y la “conciencia de sí”.
Ante las características básicas de la evolución humana, encontramos que el “sello” de nuestro desarrollo es la creatividad y su correlato: la innovación. Algunas civilizaciones acumulan más innovaciones que otras y eso marca diferencias sustanciales en el desarrollo o “progreso” económico. Para Lévi Strauss, una característica de la civilización occidental es la acumulación de innovaciones que contribuyen al avance económico. No obstante, argumentó que había civilizaciones para las que el progreso material o económico no era una prioridad, ni se entendía en el mismo sentido que en Occidente, como era el caso de algunos pueblos denominados “primitivos”.
Si bien el progreso es una característica de la civilización occidental, la historia evidencia que no ha sido un proceso lineal. Hay suficientes registros de avances espectaculares (Antigüedad Griega, Renacimiento), retrocesos (Oscurantismo) y períodos de relativa estabilidad (Modernidad), donde es posible la acumulación de innovaciones. Esta tesis coincidiría con la de Mihály Csíkszentmihályi, que comentamos en una entrega anterior. Su tesis es que la innovación depende de condiciones socioculturales particulares, donde la “creatividad” es promovida y valorada, y existe una infraestructura capaz de convertirla en “innovación”, que luego es accesible a una mayoría de personas por mecanismos de producción y consumo.
El incuestionable avance de la civilización occidental se ha enseñoreado en el mundo Posmoderno y todas las civilizaciones –unas con mayor fuerza, otras menos– se han integrado a la lógica del “progreso” impresa por Occidente. Incluso culturas ancestrales como Japón, China, Taiwán, India, Malasia, Singapur y Vietnam han incorporado la tesis del progreso occidental y sus economías eclosionaron rápidamente en los últimos 50 años, gracias al esfuerzo por crear e innovar. La Globalización, entendida como la expansión de la visión occidental del progreso, basado en una economía de mercado es evidencia de la apuesta mundial por la idea del avance material de Occidente por medio de la innovación (Maidagán, Iñaqui, Garagalza y Arrizabalaga, 2009).
En una próxima entrega comentaré estas tesis en relación con la educación y en ocasión de la conferencia que dictó el Dr. Manuel Castells en el IV Congreso Internacional de Administración de la Educación (15-18 de noviembre de 2010), organizado por la Escuela de Administración Educativa de la Universidad de Costa Rica (UCR). Espero adjuntar el audio de la conferencia gracias a la colaboración técnica y a la cortesía de Radio Universidad, de la UCR.
Referencias bibliográficas
Maidagán, María Jesús, Iñaqui, Ceberio, Garagalza, Luis y Arrizabalaga, Gotzon. (2009). Filosofía de la innovación. El papel de la creatividad en un mundo global. Madrid: Plaza y Valdés.