martes, 31 de enero de 2012

De la educación memorística al desarrollo de habilidades cognitivas de alto nivel: ¿cambios reales o la persistencia de la tradición?

Desde hace dos décadas el discurso oficial de la mayoría de los gobiernos de los países desarrollados y en vías de desarrollo en todas las latitudes, así como las macrotendencias mundiales en educación señalan la necesidad de superar la formación heredada de la Edad Media, que se basó en la transmisión acrítica de información de docentes a estudiantes, para reemplazarla por metodologías de enseñanza capaces de propiciar aprendizajes relevantes o significativos y el desarrollo de pensamiento de alto nivel, donde el estudiantado amplíe en forma sostenida la capacidad y habilidades necesarias para ser competente en la solución de problemas de mediana y alta complejidad, la toma de decisiones con base en información científica, pensamiento crítico y creativo, y en la búsqueda de información pertinente. 

Asimismo, se afirma que para ser funcionales en la Sociedad de la Información y el Conocimiento (SIC), las personas deben ser capaces de reflexión, autocrítica y responsabilidad personal y social; es decir, deben tener una profunda convicción y respeto por valores sociales fundamentales vinculados al bien común, el respeto a los demás y al sistema de leyes vigente. También, deben ser capaces del cuidado de la propia salud física, emocional y mental, y del medio ambiente.

Ante el nuevo contexto económico y cultural, denominado a grandes rasgos, el primero como Globalización; el segundo, como Posmodernidad, se reconocen demandas educativas inéditas y emergentes, que no es posible satisfacer desde la lógica organizativa, estructural, funcional, pedagógica y curricular de los sistemas educativos que surgieron en la Modernidad, cuando la Era Industrial transformó radicalmente las necesidades educativas imperantes entonces. Como recordarán, antes del proceso de industrialización en Europa que siguió al Renacimiento, las personas capaces de leer y escribir y, en consecuencia, de acceder a los beneficios de la cultura y la ciencia eran una minoría, cuyos miembros se encontraban entre las clases privilegiadas y las instituciones dominantes adscritas a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. El grueso de la población era analfabeta, pobre e incapaz de alcanzar y disfrutar de los beneficios de la cultura, entendidos como el goce estético y recreativo, y el bienestar de los productos resultantes del avance científico y tecnológico.

El creciente acceso a la educación que se dio en el siglo XX, permitió que muchas personas, generalmente de las clases sociales pobres y bajas, tuvieran la posibilidad sin precedentes de entrar en contacto con los beneficios de la cultura letrada y los avances de la ciencia y la tecnología. Pese a los logros de ese siglo en materia de educación y acceso a sus ventajas y beneficios, millones de personas continuaron excluidas de ella. Aún hoy, existen millones de personas analfabetas distribuidas a lo largo y ancho del planeta, pero se concentran en los países y regiones más pobres del mundo.

 
Ahora bien, hacer las transformaciones educativas necesarias para responder de manera efectiva y eficiente a los requerimientos de formación de nuestro tiempo en todos los niveles de formación constituye un desafío de proporciones únicas en la historia reciente de la educación, porque supone cambios radicales en todas las dimensiones que la componen; no obstante, hasta ahora sólo se han ensayado reformas, más o menos significativas, que no han sido capaces de propiciar el salto cualitativo indispensable para ello. En consecuencia, fuerzas retardatarias internas y externas a los sistemas de educación, y una persistente resistencia al cambio y la innovación en las estructuras administrativas, organizativas y curriculares persisten ante la satisfacción de algunos y el asombro y la frustración de otros.

La triste realidad de la incapacidad para cambiar la formación tradicional y tradicionalista, se refleja en la creciente deslegitimación pública de la educación como institución social fundamental, la deserción y el bajo rendimiento académico, así como en la banalización, comercialización y pérdida creciente del valor de los grados académicos en educación superior. Si bien estos fenómenos preocupan a distintos sectores sociales, a los políticos y las autoridades del sector educativo, creo que uno de los síntomas más dramático del desgaste del modelo de educación imperante es la desmotivación y apatía que provoca en la mayoría de la población estudiantil de primaria, secundaria e, incluso, de la educación superior.

En la Edad Media el conocimiento era escaso y su acceso difícil y en la mayoría de los casos imposible. Las teorías y métodos para resolver problemas de diversa índole variaban poco con el paso del tiempo y hubo muchos de ellos inventados y creados en épocas anteriores, por pensadores, matemáticos y científicos de las culturas griega y latina. Por ello, era obvio que el conocimiento debía memorizarse y aprenderse según lo señalado en los textos de los sabios del pasado, para aprovechar sus beneficios. Ello explicaría por qué la memoria fue una de las habilidades cognitivas más importantes, sobre la cual se evaluaba el logro académico del estudiantado. La crítica no era válida, el cambio indeseable y la repetición fiel del conocimiento la garantía del éxito...

Como verán, el signo de nuestros tiempos tiene otras características y supone requerimientos de formación radicalmente distintos a los del pasado medieval e industrial. Contrario a esas épocas, a partir de la segunda mitad del siglo XX, el conocimiento y la información son abundantes y están disponibles para millones de personas en forma simultánea, gracias a las nuevas tecnologías, en particular a la Internet. El conocimiento avanza todos los días y no es extraño que una teoría sobreviva poco tiempo o sea fuertemente cuestionada en cuanto es presentada a las comunidades científicas vinculadas a ella. Las aplicaciones del conocimiento científico son cotidianas y hoy celebramos avances tecnológicos con mucha frecuencia; en particular, en el campo de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Tampoco nos sorprendemos mientras tomamos nuestro desayuno que sale del horno de microondas y frente al televisor, donde se transmite vía satélite o por cable y en tiempo real en el noticiario matutino a un astronauta que hace reparaciones a una nave fuera de la órbita terrestre o en la Estación Espacial Internacional, o cuando informan del desarrollo de nuevos medicamentos y descubrimientos sobre energías limpias o daños ambientales...

La repetición fiel del conocimiento ya no es necesaria, ni útil; no obstante, nuestros sistemas educativos, pese a que maquillan con algunas metodologías o programas “constructivistas” sus planes de estudio, continúan bajo un enfoque pedagógico tradicional, una organización educativa de corte industrial, un currículo centrado en los contenidos, y la educación sigue siendo masiva y masificada... En esos entornos educativos difícilmente se desarrollarán habilidades cognitivas de alto nivel y, menos aún, la motivación por el estudio y la adquisición del conocimiento en niñas, niños, jóvenes y personas adultas.

Quizá piensen que exagero..., pero les invito a revisar la estructura y lógica del currículo: excesiva información, clases fragmentadas, evaluación memorística, trabajos en clase y extra-clase basados en la copia y reproducción fiel de libros y textos, plagio de la Internet y materiales impresos de distinta naturaleza, que se evalúan con nota de 10...; las estructuras organizativas burocráticas, ciegas, sordas y mudas ante las necesidades de quienes sirven..., así como el enfoque tradicional de la enseñanza y los indicadores educativos de los últimos años en el país, relacionados con rendimiento académico y deserción. Además, analicen estos datos e información contra la cantidad de personas con títulos universitarios en general y en el campo de la Educación en particular, y ojalá nos comenten qué les parece...

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