domingo, 26 de junio de 2016

El Brexit o el destino del integracionismo solidario en una economía global regida por el individualismo y la privatización de la riqueza


En un tiempo de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario. 
 George Orwell


En medio de las implicaciones que tendría la consolidación de la salida del Reino Unido de la Comunidad Económica Europea (CEE), la inmigración y la crisis de la economía local y de la comunidad europea en general, resuenan como catalizadores de un resultado ajustado del referéndum que se llevó a cabo en ese país el pasado 23 de junio, conocido como Brexit, con un resultado de un 51.9% (17,410,742 votantes) a favor de la salida y de un 48.1% (16,141,241 de votantes) en contra; resultados que confrontan de nuevo dos tesis contrarias: solidaridad e integración vs. individualización y privatización. En este caso, la primera propone que es posible que países de una región o bloque se unan para buscar el bien común y el desarrollo socioeconómico, a partir de una distribución solidaria de los ingresos públicos; la segunda, que la riqueza debe quedar en manos de quienes la generan, al margen de que grandes sectores de la población local y de países no adscritos a ella se empobrezcan de manera sistemática en el proceso.

Dicho en breve, en el fondo ideológico-político de la CEE está la tesis de que la ciudadanía de los países miembros más ricos aporta una parte de sus impuestos para mejorar las condiciones de vida y el desarrollo económico de la ciudadanía de los países miembros más pobres. Asimismo, supone una serie de tratados que permiten el libre tránsito de las personas entre los países adscritos a la comunidad, y abre posibilidades de empleo y acceso a educación, salud y otros servicios públicos esenciales, de conformidad con los acuerdos suscritos por cada país participante. Así las cosas, se parte de un principio clave de las sociedades democráticas, donde el cobro de impuestos a los ingresos personales, los bienes patrimoniales y al sector productivo en general “es una manera de hacer contribuir [a la ciudadanía] con el financiamiento de las cargas públicas y de los proyectos comunes, así como de distribuir esas contribuciones de la manera más aceptable posible; también es una manera de producir categorías, conocimiento y transparencia democrática” (Piketty, 2015, p. 26).

Si bien la CEE enfrenta una crisis económica hace varias décadas, en particular por las sufridas en algunos de sus países miembros, entre los que destaca Grecia, la situación se salió de proporciones con la migración masiva de personas de África y Asia al viejo continente en los últimos dos años, que sumó una presión financiera y moral enorme, pues implicaba una crisis humanitaria sin precedentes, ante la cual las vulnerabilidades de la comunidad colapsaron en múltiples escenarios; en particular, en el ámbito ideológico-político y económico. Si aceptamos que las personas migran huyendo de la guerra, la injusticia y la pobreza, buscando subsanar esas condiciones en los países y regiones que proclaman la paz, la democracia, la justicia y mejores condiciones de vida política y material, no es de extrañar que existan países y regiones expulsoras de sus ciudadanos y ciudadanas, y países y regiones destino de esas migraciones… Parece evidente que esta realidad -que hoy nadie podría cuestionar- sella el destino de los mayores logros civilizatorios de nuestro tiempo de frente a países con gobiernos y proyectos sociopolíticos fallidos.

La revolución de las tecnologías de información y comunicación (TIC) rompió las fronteras geográficas. La gente observa hoy a través de su teléfono móvil cómo es el mundo en otros países y regiones, también vive en carne propia su realidad… Esto no hace extraño que muchas personas que viven sin esperanza y en la pobreza tomen la decisión extrema de abandonarlo todo por un futuro mejor, que tampoco existe y debe ser construido con miseria, riesgo de la propia vida y vulnerabilidad ante el crimen organizado en todas sus facturas; pero, sobre todo, con la solidaridad de la ciudadanía de los países receptores. En un mundo donde la opulencia ya no tiene lugar geográfico, tampoco lo tienen la miseria, la esclavitud, la exclusión, la injusticia ni la economía perversa. Ahora bien, ¿qué tan probable y sostenible es la solidaridad en este contexto?

Trágicamente, en el Brexit presenciamos la inviabilidad de “zonas protegidas”, como la CEE, en un mundo cuya realidad es muy distinta a la supuesta, donde la gente excluida de los beneficios del desarrollo y la vida en democracia está desesperada a tal punto, que ya no importan los riesgos que la migración conlleva. En una Europa exhausta de luchar contra la corriente de la economía global que ella misma contribuyó a crear y consolidar, la inequidad en la distribución de la riqueza más allá de sus fronteras hoy le pasa la factura con cientos de miles de migrantes que proceden de viejas colonias y regiones del mundo olvidadas a su suerte…

Con el Brexit, el péndulo de la historia se devuelve y nos deja como humanidad frente a una realidad aterradora: la solidaridad no es posible en un contexto global regido por la inequidad, la concentración de la riqueza y la insolidaridad legitimadas estructural, legal y económicamente. Las migraciones obedecen a ello; las crisis económicas locales y regionales, paradójicamente, también. Una economía que pretenda crear riqueza de manera indefinida no es realista ni ambientalmente sostenible. Los recursos naturales son y seguirán siendo escasos, el impacto ambiental de una economía de crecimiento es cada vez más alto, y la destrucción del tejido social por medio de la pauperización del trabajo, las condiciones de vida y la productividad humana de los países y sectores más pobres son el caldo de cultivo de las migraciones internas e internacionales.

Más que el principio del fin de la CEE, al menos en sus fundamentos, el Brexit debe invitarnos a la reflexión; en particular, sobre lo que hoy entendemos por desarrollo socioeconómico, cobro y pago de impuestos, derechos humanos y vida en democracia; es decir, sobre en qué mundo vivimos y en qué mundo quisiéramos vivir…

A sólo tres días del Brexit, hoy se inauguró en Panamá la ampliación del Canal, para beneficio del comercio mundial. Sin duda, un acontecimiento a celebrar que ya forma parte de la historia reciente. El péndulo de la historia va y viene de lo mejor a lo peor de la impronta de nuestros tiempos. Ojalá un día de estos celebremos actos de la misma magnitud y costo en beneficio de los derechos humanos, la superación de la desigualdad y la paz. ¿Qué les parece?


Referencias bibliográficas

Piketty, T. (2015). El Capital en el siglo XXI. Chile: Fondo de Cultura Económica.

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