Conforme avanza la investigación en neurociencias y comprendemos el funcionamiento del cerebro, se esclarecen enigmas que le robaron el sueño a filósofos y científicos de todos los tiempos. Entre ellos, las emociones y el papel que juegan en el desarrollo de la vida y la toma de decisiones, se explicó con claridad hasta en la segunda mitad del siglo XX, gracias a los descubrimientos sobre las funciones y conexiones del cerebro. Al respecto, les recomiendo el artículo de Vicente M. Simón, titulado: La participación emocional en la toma de decisiones. En sólo doce páginas y en un lenguaje fácil de comprender, este autor expone los descubrimientos del funcionamiento del cerebro y las complejas redes que entrelazan las partes relacionadas con las emociones y el procesamiento de la información de naturaleza emocional: la amígdala, el hipocampo y los lóbulos frontales.
Pese a que hoy tenemos un panorama claro sobre el fenómeno neurofisiológico y funcional de las emociones, ya en la primera mitad del siglo XX teóricos como Piaget y Vigotski analizaron la importancia de las emociones en la cognición y la conformación de la “mente”. De igual modo, Freud descubrió que ellas tienen un impacto profundo en nuestra psique y que nos marcan para siempre con su huella de dolor, placer y miedo. Ante estos descubrimientos y marcos explicativos hoy es innegable que existe una relación directa entre emoción y cognición y, en consecuencia, entre aprendizaje y emociones. Este es uno de los descubrimientos más relevantes sobre el comportamiento humano y sus alcances en el campo de la Educación empiezan a ser abordados con seriedad e interés al interior de la comunidad científica.
Pese a que hoy tenemos un panorama claro sobre el fenómeno neurofisiológico y funcional de las emociones, ya en la primera mitad del siglo XX teóricos como Piaget y Vigotski analizaron la importancia de las emociones en la cognición y la conformación de la “mente”. De igual modo, Freud descubrió que ellas tienen un impacto profundo en nuestra psique y que nos marcan para siempre con su huella de dolor, placer y miedo. Ante estos descubrimientos y marcos explicativos hoy es innegable que existe una relación directa entre emoción y cognición y, en consecuencia, entre aprendizaje y emociones. Este es uno de los descubrimientos más relevantes sobre el comportamiento humano y sus alcances en el campo de la Educación empiezan a ser abordados con seriedad e interés al interior de la comunidad científica.
Pese a que estos descubrimientos no son nuevos, la educación surgió en la Era Industrial bajo el supuesto de la racionalidad científica e instrumental que prevaleció en ese período y se instauró como forma de pensamiento dominante. Como resultado del culto a la ciencia moderna, las emociones fueron “extirpadas” del escenario educativo en general y del universitario en particular. Los buenos docentes eran los más inhumanos y fríos con sus estudiantes, y los mejores estudiantes eran aquellos capaces de sobrevivir al trato cruel, arbitrario y excesivamente riguroso de sus profesores. Como verán, el enfoque actual de la formación profesional en algunas escuelas y facultades universitarias no es casualidad, sino que procede de esa visión distorsionada de las emociones y de su rol en los procesos de pensamiento.
Hoy sabemos que el pensamiento es estratégico y que las emociones juegan un papel esencial en la toma de decisiones. La capacidad humana de tener “recuerdos del futuro”; es decir, de imaginar diversos escenarios posibles y de evaluarlos racionalmente con base en la marca emocional que provocaron en el pasado, nos permite tomar decisiones sobre cuál es el mejor curso de acción.
Si el pensamiento es estratégico y funciona con base en la evaluación racional y emocional de escenarios o cursos de acción posibles, entonces, la solución de problemas o enigmas podría seguir una ruta similar. La creatividad no es más que la capacidad humana de ensayar posibilidades, anticipar eventos, probar cursos alternativos de acción y de suponer distintos escenarios para hechos conocidos o imaginados. Abrir espacios para el comportamiento creativo en educación supone contextos flexibles y favorables a la imaginación, donde estudiantes y docentes cuenten con las condiciones para recrear el conocimiento teórico y práctico, y evaluarlo en sus implicaciones racionales y emocionales.
Tal cosa requeriría de entornos educativos coherentes con la naturaleza de la mente y el comportamiento humano, donde se comprenda y tolere que no existan verdades absolutas ni formas únicas para hacer las cosas… Donde el profesorado no lastime a sus estudiantes porque no entienden en el tiempo previsto o tienen respuestas mejores, pero distintas a las que estipula el libro de texto. Donde el estudiantado no tenga que sufrir para aprender, y el placer por enseñar y formarse regrese a las aulas.
Como hemos comentado en entregas anteriores de este blog, el juego presupone el comportamiento creativo que caracteriza nuestra especie; quizá por esa razón a todos nos gusta jugar y nuestras experiencias de juego nos marcan porque nos hacen sentirnos felices, emocionados, frustrados, desafiados, vencedores y vencidos. No importa cómo nos sintamos, generalmente salimos gratificados de nuestras experiencias de juego y algo nuevo aprendemos para ser mejores jugadores en el futuro. Supongo que les habrá pasado a ustedes: no hay nada más honroso y gratificante que perder ante un mejor contendor o ganarle a un gran oponente.
¿Qué les parece? ¿Qué tendríamos que hacer en educación para recuperar el rol de las emociones en la cognición, la enseñanza y el aprendizaje?
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