Vivimos en una época de profundos cambios y transformaciones en todas las esferas de la existencia humana. En el siglo XX, pasamos de la ficción a la realidad en muchos niveles y dimensiones; en particular, en el campo de la Educación, que dejó de ser un privilegio para convertirse en una necesidad de las sociedades modernas, fundadas en el Estado de Derecho y la industrialización, a partir del uso intensivo de recursos naturales y humanos, así como de la ciencia y la tecnología. Costa Rica no fue la excepción y estas tendencias se aceleraron en el país con las reformas políticas y socioeconómicas de la década de 1940 y la Revolución Civil de 1948.
El cambio en Educación continúa y hoy se la concibe más que como necesidad, como un derecho humano; sin embargo, pese a los avances innegables, todavía millones de personas en el mundo, principalmente mujeres, viven excluidas de la educación por razones religiosas, políticas y económicas, y crecen movimientos en muchas naciones por reivindicar este derecho, debido a la convicción de que ella nos libera del miedo, la pobreza y la desesperanza que producen la ignorancia y la opresión.
En 1998, Jürguen Habermas calificó de “breve” al siglo XX, porque, a su parecer, en términos sociológicos comenzó en 1914, con la I Guerra Mundial y terminó con la caída del Muro de Berlín en 1989. Ambos eventos serían los puntos de inicio y fin de las transformaciones drásticas de la sociedad moderna industrial, que dieron paso a las sociedades modernas postindustriales o avanzadas. De acuerdo con este filósofo, hay tres tendencias de larga duración que definen el siglo XX: el desarrollo demográfico, ya que desde 1950 la población global se ha quintuplicado; los cambios en el mundo del trabajo, resultado del paso de la sociedad agraria a la industrial, donde más del 40% de la población mundial vive en ciudades; y, el currículum del progreso científico y técnico, que responde a economías de alto rendimiento y uso intensivo del conocimiento científico-tecnológico en la producción, distribución y consumo de bienes y servicios. Estas tendencias se mantienen, aceleran y complejizan en el siglo XXI, que empezó en la década de 1990, y su curso actual permite prever cambios aún más rápidos y trascendentales en los próximos años, con enormes implicaciones en nuestras vidas y el futuro de las próximas generaciones, incluso de nuestra supervivencia como especie.
En un escenario de cambio de un tipo de sociedad a otra, la historia muestra que los logros civilizatorios emergentes generan problemas nuevos y cambian el comportamiento de los conocidos, y las soluciones tradicionales empiezan a perder efectividad. Por ejemplo, el crecimiento económico de los últimos 100 años provoca efectos no deseados y no previstos, como el cambio climático, el deterioro ambiental, las transformaciones demográficas, la globalización, las grandes migraciones, el terrorismo, la inequidad socioeconómica en escalada, el crecimiento de la economía perversa, las necesidades educativas emergentes, así como movimientos sociales locales y globales por acceder a regímenes políticos y económicos más justos y transparentes. Estas son tendencias de largo alcance del siglo XXI, que se manifestaron hace más de 30 años, que se mantienen e incrementan con el paso del tiempo. Pese a las crisis y daños de diversa índole que provocan estos fenómenos y a la urgencia de resolverlos, aún no encontramos soluciones satisfactorias como países ni como regiones.
La Educación, como institución clave en el ascenso de la modernidad social, enfrenta una crisis profunda, porque las fórmulas de organización de los sistemas educativos públicos, los diseños curriculares dominantes hasta la década de 1990, y las expectativas sociales, políticas y económicas sobre la educación han sufrido cambios drásticos, y resulta evidente que ya no es posible contener la dinámica ni las necesidades educativas emergentes con propuestas de enseñanza y aprendizaje de una época que ya no existe. La presión por un currículum del progreso científico y técnico crece y desafía a todos los sistemas educativos vigentes, pues los confronta con necesidades educativas para las que no hay diseños curriculares consistentes: formar para vivir en sociedades complejas, regidas por economías basadas en la ciencia y la tecnología, y por una cultura mundial cuyo referente son las tecnologías de información y comunicación, donde la familia y los roles de género se redefinen, colisionan el individualismo y la cooperación, y el interés público y los intereses privados coexisten en los socavados sistemas democráticos y la dinámica de la economía global.
Las fases de transición social se caracterizan, principalmente, por el curso en colisión entre ideas y prácticas decadentes y emergentes, en un proceso que tiene costos políticos, ideológicos y económicos, pero, principalmente, humanos. En el escenario actual de confusión, donde el final parece predecible, el cambio en educación hacia un currículo coherente con las necesidades educativas de nuestro tiempo se debate entre dos discursos opuestos: el que defiende la tradición y propone transformaciones de forma; y el que sostiene que las propuestas tradicionales son insuficientes e insostenibles, porque existen otras necesidades y posibilidades de enseñar y aprender, nuevas formas de organizar y administrar los sistemas educativos, así como enfoques pedagógicos más adecuados para el desarrollo sociocognitivo y humano que exige nuestro tiempo. El primer discurso se fundamenta en la imposibilidad, lentitud y la dificultad del cambio, y busca sostener el statu quo; el segundo, en la urgencia de romper paradigmas y ensayar propuestas innovadoras, que requieren cambios de fondo y no solo de forma en Educación, hacia la construcción de una gobernanza local y global articuladas, en pos de una solidaridad también local y global.
Las preguntas a las que debe responder el currículo: ¿qué enseñar?, ¿para qué enseñar?, ¿a quién enseñar?, ¿cómo y cuándo enseñar?, ¿qué, para qué y cómo evaluar?, se han respondido de diversas formas en el curso de nuestro proceso civilizatorio. La historia muestra que, en todo cambio de época, cuando se pasa hacia formas más complejas de sociedad, estas preguntas exigen respuestas diferentes. En el siglo XX, por ejemplo, se alcanzó un nivel de complejización social capaz de organizar sistemas educativos accesibles a gran parte de la población, en los que se buscaba, al menos en principio, que las personas alcanzaran el nivel de desarrollo cognitivo y psicosocial necesario para vivir y desarrollarse en sociedades modernas.
Si bien en dos décadas del siglo XXI aún no logramos hacer el cambio en Educación que se requiere en la dinámica de las sociedades modernas avanzadas, estoy convencida de que están dadas todas las condiciones para que agreguemos mayor complejidad a nuestro sistema educativo, como resultado del avance teórico y práctico en Educación que, por la naturaleza interdisciplinaria de su campo de estudio, se enriquece de manera permanente con los aportes otras disciplinas. Si el cambio no ocurre todavía, si seguimos con un mal sabor de boca cuando enfrentamos los resultados educativos de nuestro país y el mundo, la razón puede esconderse en otro signo de nuestro tiempo: la dimensión ética. Habermas sostiene que en las sociedades modernas avanzadas, ya no es posible argumentar un déficit de conocimiento frente a los viejos y nuevos problemas que nos aquejan, puesto que existe un gran desarrollo científico y la capacidad para crearlo si es necesario. Entonces, son nuestros valores e intereses como sociedades e individuos los que gobiernan nuestras decisiones.
Nadie pone en duda que vivimos una fase de transición de nuestro proceso civilizatorio, donde convergen visiones de mundo en decadencia con otras que emergen y ganan fuerza. La historia muestra que el resultado final será el reemplazo de las viejas ideas y prácticas por las nuevas. El precio de no hacerlo es el riesgo de ingresar en una edad oscura de dogma y opresión, como ya ha ocurrido en el pasado. El relevo de ideas decadentes por ideas innovadoras marca el curso de la Humanidad; pero, también hay retrocesos y los avances civilizatorios que hoy disfrutamos, valoramos y damos por sentado, están en riesgo.
Todavía no tenemos certeza de cómo será la educación que
reemplace la actual, ni qué fórmula de diseño curricular será la más adecuada.
Lo que es un hecho es que no será autoritaria, no se basará en la memoria como
principal habilidad cognitiva, no tendrá como eje la transmisión de
conocimiento, ni se impartirá en salones de clase silenciosos y ordenados en
filas frente a una pizarra, bajo el control de una persona docente, que trabaja
en soledad, aislamiento y en secreto. Será escalonada, pero no tendrá límites
de edad ni restricciones de ingreso, pues se pensará como un proceso a lo largo
de la vida. No será una institución aislada, sino articulada con otras agencias
socioculturales, principalmente, la Internet y los medios masivos de
comunicación. En ella el personal docente trabajará en equipo y enseñará y evaluará
de manera colegiada. Será más interesante y útil para docentes y estudiantes, y
estará fuertemente relacionada con el sector productivo y el desarrollo de la
cultura, la ciencia y la tecnología. Será una experiencia de aprendizaje lúdica,
hermosa y gratificante sin perder rigurosidad, donde los seres humanos nos
encontremos con nosotros mismos, nuestras comunidades y el mundo, para resolver
los grandes problemas que nos aquejan y desafían como individuos y como especie
en un momento crucial, ya que por primera vez en nuestro proceso civilizatorio está
en riesgo nuestra supervivencia en la Tierra, como resultado de nuestras
decisiones y estilo de desarrollo socioeconómico.
Quienes vivimos en este tiempo y experimentamos los grandes cambios que nos colocan ante el surgimiento de una nueva sociedad, al igual que quienes vivieron el período renacentista, somos privilegiados y tenemos una cuota significativa de responsabilidad en el curso de los acontecimientos, máxime si nos formamos y trabajamos en Educación. Queramos o no, somos parte de las fuerzas que presionan por preservar el pasado o construir el futuro con esperanza, creatividad e imaginación. Yo creo y trabajo por el cambio en Educación, y les invito a pensar de qué lado están ustedes...